viernes, 27 de abril de 2012

LA ESTRELLA DE BOTAFOGO


Enrique Bunster

Eruditos historiadores han precisado cómo fue descubierto el futbolista más grande de todos los tiempos y países. El hecho aconte­ció en la favela das Mariposas Azules de Río de Janeiro, a la sombra del Corcovado. Tití, de diecisiete años y vendedor de periódicos, no había jugado nunca a la pelota hasta el instante en que un impulso misterioso lo hi­zo mezclarse con los muchachos que patea­ban entre nubes de polvo. Repararon en él cuando despidió el balón como un proyectil, de extremo a extremo del campo, con un impacto detonante de su pie descalzo. Inte­rrumpióse el juego y se quedaron contem­plando al mocito de físico esbelto y ojos in­quietos, que parecía el más sorprendido de todos.

- ¡Nadie puede cañonear así! -exclamó un chico de cuyos ojos saltaban lágrimas-. ¡Por Dios, Tití; rompiste la pelota!...

De esta manera se dio a conocer el ilustre moreno que hoy es un recuerdo legendario en el prodigioso Brasil.

Nadie, que sepamos, ha conquistado la gloria como él lo hizo: ¡con un puntapié! De golpe y porrazo pasó a ser el ídolo de la favela. En su primera presentación dominical apabulló al cuadro enemigo por cuenta abru­madora. A los pocos días fueron a buscarlo a su vivienda mísera para llevárselo como un diamante en bruto a las oficinas del Club Botafogo.

Al preguntarle su nombre supieron que no tenía apellidos. Le llamaban Tití por su agili­dad de animalito de la selva. Lo había recogi­do en Pelotas (Río Grande do Sul) una more­na caritativa; de ahí el otro apodo de Recolhido. Le dieron ropa y por primera vez calzó zapatos. También se preocuparon de nutrirlo, pues saltaba a la vista que estaba subalimentado...

Viéndolo expedirse en la cancha, dicen que dijo un experto: "¡Dios mío, qué va a salir de aquí!" Y al terminar la práctica, el entrenador lo besó en la frente, como consa­grándolo.

De inmediato formalizaron la contrata­ción; y entonces descubrieron que era anal­fabeto.

- Tendrás un profesor por cuenta nuestra -expresó el gerente comercial de Botafogo, señor Peixoto de Azevedo. No está de más que un futbolista sepa leer y escribir.

Firmó con una cruz y quedó ganando un sueldo equivalente al de un rector de univer­sidad.

El crack inaudito remontó hacia la fama con rapidez de centella. En cuarenta y ocho horas se esparció la buena nueva: !Ha aparecido el delantero del siglo! Y los místicos del balom­pié invadieron el estadio para presenciar su adiestramiento.

Cuando se anunció su debut, meses des­pués, ya era célebre, y el crítico de O Globo escribió: "Delante de Tití, el gran Pelé hubie­ra parecido un anciano gotoso. El nuevo mo­narca juega como en estado de trance y con sabiduría inexplicable".

La tarde de aquel histórico domingo llovía con exageración. De las nubes bombardea­das por los truenos caía un diluvio que rebo­taba por los barrancos de la jungla incrustada en la ciudad, anegaba las rúas de baldosas serpenteantes y lavaba los rascacielos ador­nados de azulejos y plantas paradisíacas. En el Estadio Maracaná, el más grande do mun­do, doscientas cincuenta mil personas sopor­taban el aguacero a la espera de o Messias do Futebol. Paró de llover cuando la escuadra de Botafogo salió por el túnel, y al aparecer el Recolhido brilló el sol como alegrándose de verlo...

¡Digno saludo de un astro a una estrella!

A los pocos minutos de iniciado el encuen­tro llegó Tití frente al arco de Flamengo y disparó un pelotazo espeluznante que trizó el travesaño y dejó al guardavallas Nilton Coutinho encogido de pavor. A los catorce minutos embistió de nuevo y pateó a boca de jarro: el bólido cortó la red y aturdió a un fotógrafo. El griterío de la concurrencia pare­ció sacudir el embudo de concreto de Mara­caná. Tití era el pateador más potente que hubiérase visto nunca... Pero era además inalcanzable, inatajable e inadivinable.

Co­rría con zancadas de orangután que hacían imposible prever en qué dirección daría el paso siguiente. Cambiaba instantáneamente de velocidad: de la carrera a la marcha y del tranco a la huida, dejando a sus perseguido­res con un palmo de narices. La muchedum­bre lo ovacionaba de pie, mientras el locutor más veloz del idioma relataba:

-Tití toma la pelota/burla a Olinto y pasa a Bubú/recibe otra vez de Bubú/arranca/burla a Faleiro/engaña a Nono/lo mismo a Lalá/Tití avanzando/el público delirante/Cerveza Brahma refresca al Brasil/Tití corriendo con sus brincos de mono y sus gestos raros/con­fusión en Flamengo/locura en tribunas y ga-lerías/suspenso/Tití en el área enemiga/Nil-ton, paralizado/Tití va a patear/va a patear/

¡no lo hace y entra al arco cosa increíble entra al arco arreando la pelota gooooooool gooooooool de Tití sin patear señoras y seño­res gooooooool sin patear entró este hombre en el pórtico de Nilton como Pedro por su casa séptimo gol consecutivo de Tití a los ocho minutos del segundo tiempo Botafogo nueve Flamengo dos tormenta de gritos y risas saludando esta masacre de goles aquí en el Estadio Maracaná!...

Así transcurrió esa jornada memorable. Al sonar el pitazo final volaron sombreros, dia­rios y abanicos. Y al vaciarse el mar humano por las portadas del estadio, cantando y bai­lando el samba, un carnaval espontáneo se armó en las calles de la ciudad más alegre del mundo.

El país experimentó una sensación de for­talecimiento. Era la confianza de que el Brasil podría tremolar invicta su bandera verde, pa­recida a una cancha, con un balón al centro. Se sentía a la patria defendida.

Por eso el nuevo solista del césped con­quistó el amor de decenas de millones de almas. De un día para otro se encontró con­vertido en una especie de imagen de devo­ción. Su retrato en camiseta cubría los quios­cos de revistas y adornaba los escaparates; luego decoró las paredes de los dormitorios infantiles e invadió las casinhas aglomeradas sobre los precipicios.

Si se hubiera podido hacer un registro electrónico, habríase visto que su nombre era pronunciado millares de veces por segundo. Discutían sobre él en las esquinas, en los bares y cafés, en los baños turcos, en los pasillos de la Bolsa, en Copacabana, en las letrinas y en los salones. Rotati­vos y semanarios dedicábanle columnas y pá­ginas: homenaje permanente que el cam­peón absorbía a tropezones con su corto co­nocimiento del silabario.

Lo enfocaban las cámaras de televisión:
- ¿Por qué juega fútbol?
- Porque soy jugador de fútbol. (Risas en el auditorio, y aplausos.)
- ¿Se considera un futbolista intuitivo o cerebral?
- Goleo con la cabeza igual que con los pies. (Salva de risas y de aplausos.)
- La crítica ha afirmado que el boceto de su juego es impresionista, con influencia de Ne­ne; ¿pero no le parece que su ejecución es abstracta?
- Eso se verá en Sao Paulo, donde espero defender los colores de mi cuadro. (Carcaja­das y gritos: ¡Genial! ¡Genial!.)

Vestía deslumbrantes ternos de seda, y se fue adornando con prendedores y colleras de oro, flor en el ojal y monóculo de fantasía a la portuguesa. A la puerta de su departa­mento de la rúa Lord Cochrane se estaciona­ban los admiradores para pedirle autógrafos y estrecharle la mano. Dondequiera que fue­se lo seguía una escolta de curiosos y niños fascinados. Nadie hace caso de nadie en las calles de Río, donde lo usual es ver pasar a lumbreras del mundo en traje de baño; pero al entrever a Tití la gente corría en su persecu­ción para mirarlo de cerca. Encandilado por la visión del ídolo, un chofer entró con su Camión en una peluquería de señoras.

Viajando con Botafogo por los estados, sembró a su paso la euforia de las masas y los alaridos de los locutores. En Sao Paulo hizo rugir al estadio marcando un gol con el estó­mago. En Belo Horizonte, un místico que no consiguió entrada sacó su revólver y asesinó al boletero: En Recife hizo ganar a su escua­dra por 10 a 1. En Bahía, una poetisa morena le llamó en una oda: "Mariposa azul de las canchas, razón de ser de las hojas de laurel, abanderado de la gloria, luz de las favelas, campana de los domingos, recompensa de los niños buenos".

Su celebridad trascendió hasta Londres y un ejecutivo de Arsenal Incorporated voló dispuesto a comprarlo para el equipo cam­peón de las Islas Británicas. AI llegar este financiero al aeropuerto de Galeáo, una tur­ba de mocetones lo recibió con feroz silbati­na. Sir T.Crookes sonrió encantado creyendo que era una manifestación de bienvenida, y sólo salió del error cuando un huevo de aves­truz hizo impacto en su noble faz.

Pero Inglaterra ofrecía más de cuanto paga­ra nunca por un deportista o por un pursang, y las agencias informativas comunicaron que Tití iba a ser transferido.

Sólo esto esperaba el pueblo para echarse a la calle a protestar. Una columna de cinco mil hombres y mujeres desfiló vociferando, mientras que otra poblada rodeaba la casa del cónsul inglés para darle una serenata con música de palanganas y tarros parafineros.

Estos desórdenes cesaron cuando se supo que el Gobierno de Brasilia había mandado suspender las negociaciones. Don Theophilo Peixoto de Azevedo se trasladó a la capital, y en o Palacio da Alvorada tuvo lugar este diálo­go tajante:
- Hemos tomado el acuerdo de prohibir que Tití sea exportado.
- Señor Ministro, la oferta es de trescien­tas mil libras por tres años de contrato...
- No podemos, señor Peixoto, privar al pueblo de su deportista más inspirado. De hacerlo, la impopularidad caería sobre el Go­bierno... en vísperas de elecciones.
- Pero Tití va a ser lesionado en sus intere­ses...
- El jugador no será lesionado, porque el Estado arbitrará medidas compensatorias en el área esterlina. Y a propósito, ¿cuándo vere­mos a Botafogo jugando en Brasilia?...

Nuevamente las multitudes se desborda­ron, pero esta vez en un delirio de alegría. El centro de Río presenció un carnaval pequenino que paralizó el tránsito y obligó a cerrar las oficinas.

Desfilaron las escuelas de samba con su murgas estrepitosas, dos mil futbolis­tas en tenida de cancha, la Academia de Locu­tores de la Universidad y millares de místicos portando banderitas y bailando.

Dos semanas después se celebraron las elecciones generales del Parlamento y las candidaturas gobiernistas triunfaron por abrumadora mayoría.

Sus biógrafos están de acuerdo en que fue entonces cuando Tití tomó el camino de la leyenda. Nadando en libras esterlinas, adqui­rió una mansión a los pies del Pan de Azúcar, a orillas de la ensenada donde descansan los veleros del placer de los magnates. A esta residencia de sueño se llevó a vivir a la more­na que lo recogió en un portal de Río Grande do Sul. Llevóse también a un secretario que contestaba las cartas de los inventores, sa­blistas y niñas casaderas; a un guardaespal­das y al profesor encargado de alfabetizarlo.

Cuando quiso comprar un automóvil, la fá­brica se lo obsequió. Era el vendedor más eficiente y mejor remunerado: recibía sumas increíbles por declarar: "Para mí, cerveza Brahma". El cura de su parroquia le confió el cepillo en la misa de moda: el cepillero de monóculo recogía el dinero en un canasto. De igual modo se agotaban las entradas para el stríp-tease si anunciaban que Tití desabro­charía el portaligas de Miss Pernambuco.

De pronto, la sugestión colectiva comenzó a dar sus frutos de floresta tropical. Un perio­dista, hasta entonces inofensivo, publicó lo siguiente: "Tití ha entrado en los dominios de la armonía pura. Su actuación de anoche pudo haber sido una sonata para piano y pe­lota".

Cierto es también que había hecho filigra­nas y culminó marcando un gol con el trase­ro.

Pero esto no era más que el comienzo. Todo el país oyó hablar del prodigio acaecido en el barrio de Leblón. Un niño que se moría de enfermedad misteriosa balbuceó en su delirio que quería ver a Tití. El enloquecido padre salio a la carrera y una hora después Tití estaba sentado al borde del lecho. El niño miró al dios humano con sus ojos vidriosos de fiebre, y cuando éste tomó sus manos y le sonrió, el pequeño moribundo le devolvió la sonrisa y le dijo:
- Recolhido, ¿harás otro gol con o traseiro?
- Por cierto que sí, y tú lo verás, y el arbitro se tragará el pito de risa.

El enfermito se durmió sonriendo, y tres días después jugaba en el jardín de su casa...

A raíz de este episodio conmovedor e inex­plicable, un pubÍicitario visitó a Tití para ofre­cerle un millón de cruzeiros por acompañar a cierto político en su gira por el estado. La entrevista tuvo lugar a la sombra del toldo de la terraza, mirando hacia la bahía poblada de velas.
- ¿Y para qué tengo que ir con el político?
- Para atraerle gente. Es candidato a una elección de senador.
- ¿Y qué tengo que hacer?
- Nada; bastará con que anunciemos que usted va en la comitiva...

Esperó al público en el muelle del ferryboat. Iban a Niteroi, cuyos rascacielos se api­ñan al otro lado de la rada de Guanabara. Al entrar en el puerto, divisaron un lienzo de bienvenida con este rótulo: RECOLHIDO. Llamó la atención de los pasajeros la enorme cantidad de enfermos, ciegos y paralíticos en sillas de ruedas que esperaban en el embar­cadero.

Trepándose a la tribuna, el estadista excla­mó:
- ¡Electores de Niteroi...!
- ¡Tití! ¡Tití! -gritó la multitud.
- ¡Amigos míos de Niteroi, leales amigos de vuestro leal candidato!
- ¡Tití, devuélveme la vista!
- ¡Tití, tú que sanas a los moribundos, cura a un paralítico!

Espantado de lo que oía, el delantero retro­cedió, y viendo cómo la gente empezaba a rodearlo, emprendió la huida a lo largo del muelle.

- ¡Tití, haz que yo pueda volver a caminar! -gritaba un hombre que corría persiguiéndo­lo.

Sin hallar hacia dónde huir, el fugitivo se lanzó al mar y nadó hasta abordar un ferry que salía para Río. Su última visión de Niteroi fue la del ex inválido que brincaba arrojando las muletas al agua...

Esta experiencia de pesadilla atacó los ner­vios del goleador. A llegar a casa sufrió una crisis histérica y sus servidores tuvieron tra­bajo para calmarlo.

Pero las cosas empeoraron por la noche cuando la radio informó que Tití había reali­zado su segunda curación maravillosa.

- ¡No he curado a nadie! -gritó parándose de la mesa-. ¡Lo que falta es que se me venga todo el mundo encima!

Dicho y hecho. A las diez los fotógrafos y reporteros pechaban a la puerta de la man­sión. El aterrorizado futbolista pasó la noche sin pegar los ojos, y así lo sorprendió la alga­rabía de los papagayos que anunciaban el amanecer en la espesura del Pan de Azúcar.

Con el desayuno le llevaron los diarios ma­tutinos..., y ahí estaba la información sensa­cional en primera plana. El bien informado redactor decía: "En el curso de una visita a Petrópolis, nuestro cañonero accedió a ejer­citar sus dotes pasmosas curando a un polio-mielítico con sólo tocar sus rodillas. A raíz de este milagro, centenares de infelices gestio­naban anoche su traslado a Río en busca de mejoría".        

- ¡Milagros! -gritó Tití saltando fuera del lecho-. ¡Esto no puede ser!

Corrió escaleras abajo llenando la casa con sus voces : ¡Pongan llave a las puertas! ¡Agripinha, baja las persianas! ¡ Napoleáo, llama a la poli­cía!...

Dos horas después la residencia estaba ro­deada por un cordón de guardianes que mantenían a raya a una turba de curiosos. Abriéndose camino a bocinazos llegó Don Theophilo Peixoto de Azevedo, el que entró por la puerta de servicio después de dar el santo y seña convenido: "Ortem e Progresso!"

- ¡ Me tienen sitiado! exclamó Tití al verlo precipitarse en el living. Necesito que me lleven a un refugio secreto.

- No será fácil, meu filho: hay afuera una bandada de cacatúas de la prensa. Si te disfra­zaras de no sé qué, trataría de raptarte no sé adónde.                      


Vistieron al crack con una falda, blusa y pañolón de Agripinha, llenaron rápidamente una maleta y consiguieron escapar despistan­do a los perseguidores.

Cuando tuvo al fugado en su escondite, a cuarenta kilómetros de la ciudad, el señor Peixoto de Azevedo comentó:

- Ahora que estamos solos, ¿cómo haces eso?
- ¿Qué cosa?
- Los milagros...
- ¡Por Cristo, yo no hago milagros!
- Pero es que ya van dos...
- ¡Se mejoran solos!... ¡Esto es espantoso!

Estaban en un bungalow en medio de esa selva caliente, más extensa que Europa, don­de proliferan mosquitos, serpientes, caníba­les y rascacielos de Lecorbusier. El cañonero disfrazado de mucama paseaba por la veran­da como un tigre por su jaula.

- ¿Y dónde estamos, a todo esto? — En la garconniére de campo del Jefe de Policía. Socio de Botafogo, ejem.

- Yo de aquí no me muevo hasta que me aseguren que van a dejarme tranquilo.

- Tienes que volver para el partido con los congoleños...
- Iré cuando me den garantías; de lo con­trario tendrán que buscar un sustituto.

- ¡ Un sustituto de Tití! -rió Don Theophi­lo a grandes voces-. ¿Es que puede haber un nuevo Tití, un nuevo Amazonas, un nuevo Mato Grosso?... Cálmate; te dejo por un par de días; cuando vuelvas a Río no precisarás la pollera de Agripinha.

Fueron dos días deliciosos tendido en la hamaca, bajo el mosquitero, contemplando el furor vegetal de la jungla y asistiendo al carnaval nocturno de grillos y luciérnagas.

En la ciudad habíase desatado el sensacio-nalismo parlante e impreso. Pero la fuga de Recolhido hacía menos ruido que sus cura­ciones portentosas. En el intento de apelar a la cordura del público, el señor Peixoto de Azevedo organizó un foro en la TV; y éste es su texto conservado en cinta magnética:

animador.-Vamos a entrevistar a personas capacitadas para arrojar luz sobre el caso Tití. He dicho "arrojar luz", y por eso se ha ilumi­nado este auditorio con ampolletas de Westinghouse Brasileira Sociedad Anónima. Te­nemos aquí al niño Getulio Barroso, desahu­ciado y vuelto a la vida. Tenemos al señor Juscelino Menezes, paralítico que ahora baila el samba. Está también el célebre sicoanalista doctor Bastos; y nos honramos en presentar al Asesor Eclesiástico, Monseñor Joáo Go­mes. Comenzaremos por nuestro amiguito Getulio. Ponte de pie, monín... Bueno, si prefieres, quédate sentado. Dinos, crianza, lo que recuerdas de cuando Tití fue a verte a tu lecho de enfermo.

getulio.- No fue a verme. Yo soñé con Tití, pero no lo veía bien, como si hubiera poca luz.

animador.- Ah, vamos; no tendrían ampo­lletas Westinghouse.

getulio.- Sí, eran Westinghouse.

animador.- Ejem, siendo de Westinghou­se Brasileira tenían que ser buenas.

getulio.- No, no son buenas. Pestañean y se queman.

animador.-Bien, ejem; prosigamos. ¿Qué puede decirnos el papá del simpático Getulio?                      

sr. barroso.- Tití estuvo en casa. Yo fui a buscarlo. A raíz de su visita empezó a bajar la fiebre. Supongo que mi hijo confunde a cau­sa del delirio.
doctor bastos.- Así es en efecto.

animador.- Queda en claro que la presen­cia de Tití produjo la mejoría... Veamos el otro caso, el de Juscelino Menezes.

getulio.- ¿Puedo irme?

animador.- Sí, sí, por favor. Cuéntenos, Juscelino, su curación en Niteroi.

juscelino.- No sé hablar..., soy un pobre analfabeto.

animador.- No se preocupe: la mitad de la población del país es analfabeta. Primero los estadios, después los estudios. ¿Por qué fue a recibir a Tití?

juscelino.- Porque decían que había resu-citado a un niño. Me puse tan dichoso cuan­do lo vi, que salí corriendo, y él se asustó y se tiró al agua.

animador.- ¿Él no lo tocó? ¿No le habló?

juscelino.- ¿No le estoy diciendo que apre­tó a correr?

animador.- Entonces ha sido la fe la que obró el milagro...

juscelino.- Yo no profeso religión.

animador.- ¿No cree en Dios?

juscelino.- No. Soy del Noreste.

animador.- Bien. Tenemos aquí un hom­bre que no admite los milagros... Segura­mente ustedes querrán saber qué opina al respecto Monseñor Gomes. Monseñor, ten­ga la bondad.

getulio.- ¡Hola! Volví. Fui al urinario.

animador.- Monseñor: los telespectado­res esperan conocer la opinión eclesiástica sobre el caso de Juscelino Menezes, a quien una curación calificada de milagrosa no ha bastado para moverlo a la fe.

monseñor gomes.- ¿Quién la calificó de milagrosa?

animador.-Bueno..., el pueblo, la gente...

monseñor gomes.- ¡Y el animador de la televisión!... Bien: Si desea saberlo, mi opi­nión particular es que estamos ante una per­sona dotada de excepcional cordura y buen juicio, y esa persona es Juscelino Menezes. Este analfabeto, de cuya ignorancia somos todos culpables, ha dado una lección a nues­tros periodistas superficiales y a nuestro pú­blico atacado de infantilismo. (Aplausos.) Juscelino permanece ateo porque instintiva­mente sabe que no hubo milagro. Parece mentira que tenga yo que explicar que su curación no reúne ni una sola de las condi­ciones del hecho milagroso. Tití no es un santo, no tuvo relación mental con el enfermo, no lo conocía, no le dirigió la palabra, no lo tocó, no lo vio hasta después de estar cura­do... ¡La verdad es, queridos hermanos, que Juscelino demuestra mayor discernimiento que muchos creyentes que leen y que escri­ben! (Gritos de adhesión y ardorosos aplau­sos.)

sr. barroso.-¿Por qué el paralítico tiró las muletas y corrió?

doctor bastos.- Se trata de un fenómeno de sugestión o de histeria, producido por el tremendo deseo de mejorarse y por la fanáti­ca admiración que despierta el futbolista.

animador.- ¿Qué habría pasado si Tití hu­biera permanecido delante de los tullidos y sordomudos que había en el muelle?

doctor bastos.- Probablemente algunos de ellos habrían recobrado la salud; o tal vez no…

monseñor gomes.- Es tranquilizador que estos hechos se reduzcan a sus justas propor­ciones. Quisiéramos hacer desde aquí un lla­mado...

animador.-Agradezco a ustedes, en nom­bre de ampolletas Westinghouse  Brasileira...

monseñor.-... un llamado a la conciencia pública...

animador.-... y ponemos fin a este repor­taje de cinco minutos improrrogables auspi­ciados por Westinghouse Brasileira Sociedad Anónima por Acciones...

De esta manera las cosas fueron puestas en su lugar. Pero sucede que la mayoría no ve televisión, y por otro lado, los enfermos no renunciaban a su anhelo de mejoría. Al regre­sar Tití de la selva, encontró su casa como la había dejado: cercada por los guardianes y rodeada de un piño de suplicantes. Al bajar del automóvil, un mudo le gritó:

- ¡R-r-recolhido! Y la multitud aulló:

- ¡ ¡Milagroooo!!...

A partir de entonces la vida fue para Tití una prueba harto difícil de sobrellevar. No pudiendo huir de nuevo, pues ya habían lle­gado los congoleños (tres aviones con juga­dores, corresponsales y místicos), se tuvo que resignar a recluirse en su domicilio, del cual sólo salía para trasladarse al campo de entrenamiento. Sus entradas y salidas daban lugar a tumultos comparables a los que  se producían en las puertas del estadio.

Desesperado, declaró en conferencia de prensa que jugaría por última vez para emi­grar o retirarse a un refugio inaccesible. Na­die le creyó, pero, ¡ay!, estaba próximo el broche final de su brevísima carrera.

El encuentro con los gigantes del Congo había despertado una expectación nunca vis­ta. Cien mil personas quedaron sin entrada, lo que hizo pensar en la necesidad de cons­truir un estadio aún más grande que el de Maracaná. Veinte mil espectadores de gale­rías pasaron la jornada en sus asientos, bajo el sol abrasador, y centenares se introduje­ron con artimañas, con entradas falsas o a puñetazos. Dos niños perecieron en el rau­dal humano y hubo decenas de casos de inso­lación y centenares de robos de billeteras.

Un helicóptero recogió a Tití del jardín de su casa (bloqueada por la muchedumbre) y lo trasladó volando sobre la ciudad acribillada de luces, de parpadeos rojos y verdes y de convoyes de faros que se perseguían a lo largo de las avenidas, caracoleaban por los cerros y desaparecían y reaparecían por las bocas de los túneles.

En medio de esa vorágine lumínica, el coli­seo inmenso semejaba una caldera con la humareda de los cigarros concentrada bajo los haces de los reflectores.

Flameaban las banderas futbolizantes y relucía la malla de acero que protege la vida de los arbitros. El helicóptero descendió con lentitud y se detu­vo a unos metros del suelo; y cuando Botafo­go hacía su entrada a la cancha, a Maravilha do Mundo se descolgó con agilidad por una escala de cuerdas. El gentío compacto se pu­so de pie, batiendo palmas y voceando, a tiempo que racimos de globos y bandadas de papagayos se largaban al aire por las escoti­llas de acceso. A la recepción apoteósica si­guió el aplauso tibio que saludó a los invictos del Congo, gigantones de pies descomuna­les y camisetas rojas que obsequiaron bande­rines pero no sonrisas...

Tarea difícil resumir un partido que cierto diario de Río llamó Jutlandia do céspede.

Desde las primeras evoluciones de las es­cuadras, se echó de ver la aviesa estrategia de los cañoneros africanos. Bebé y Pipo rodaron lesionados, efecto de colisiones intenciona­les, y aprovechando esta ventaja el enemigo batió dos veces consecutivas el arco de Botafogo. Entretanto, un hombre vigilaba al peli­groso Tití, siguiéndolo de cerca sin quitarle de encima su mirada oblicua. Tan pronto el crack arrancó con la pelota entre los pies, este sujeto y dos o tres dé sus conmilitones lanzáronse a interceptarlo; y uno de ellos lo atropello con propósito inequívoco. Tití rodó lejos, y de la violenta caída se levantó dando señales de fuertes dolores. Dio unos pasos, tambaleante, y volvió a caer. La concurrencia saltó de sus asientos -¡un cuarto de millón de almas!-y un clamor indescriptible se ele­vó dentro de ese valle de cemento. Arrojaron botellas y cocos sobre el infractor y sobre el árbitro argentino, que no atinó a censurar la falta.

Con tres de sus hombres arrastrándose por el campo, el disminuido Botafogo movía a lástima en sus desesperados esfuerzos por no dejarse arrollar... Y así terminó la primera etapa de la batalla: Congo 5 — Botafogo 0.

Durante los angustiosos minutos del inter­valo, expertos masajistas trabajaron con ar­dor para ayudar a recuperarse al ídolo desca­labrado, mientras el entrenador enfurecido le daba a beber aguardiente con pólvora. El público guardaba silencio, como si estuviese entregado a la oración; en el gabinete de transmisiones un comentarista llamaba a los africanos "rinocerontes", y al referí, "moni­gote".

Una ovación hizo revivir al estadio cuando Recolhido reapareció andando con ademán de resolución sombría. ¡Ahora verán!, pare­cía decir con su boca apretada...

Sonó el pito y fue como si se desatara una fuerza de la naturaleza. Tití se apoderó de la pelota, corrió con sus zancadas de orangu­tán, ayudado por la mirada de quinientos mil ojos que parecían llevarlo en vilo, y desde veinte pasos "hizo fuego" contra la valla ene­miga. El goalkeeper no tuvo tiempo de pen­sar.                             

- ¡Gooooooooool!! -gritó el Brasil ente­ro.

Uno de los locutores radiales dio comien­zo al alarido más largo que se ha escuchado jamás. En el mismo instante, un cañonazo retumbó del lado de Guanabara. Era la salva de un destructor, disparada en señal de júbi­lo patriótico. Su estampido rebotó en la mole del Pan de Azúcar, en la Mesa del Emperador y en el enhiesto Corcovado donde resplan­decía el Redentor; y siguió multiplicándose en el caos de islas y montañas, como si la flota nacional hubiese entrado en acción. Cuando esos ecos se extinguieron, el alarido del locu­tor continuaba. Parecía que duraría toda la noche. De pronto el artista puso los ojos blancos, giró sobre sí mismo y cayó muerto como un héroe, sin soltar el micrófono.

A partir de entonces la Mariposa Azul de las Canchas revoloteó libando el néctar de las ovaciones. Al minuto siguiente llegó otra vez ante el arco africano y desde dos metros tiró un pelotazo homicida. El guardavallas atajó (por simple casualidad), pero fue a dar al fondo de la red con las manos quebradas y la pelota reventada. A los siete minutos, nueva patada horrísona a una nueva pelota contra el nuevo arquero Moshomba. A los catorce mi­nutos el marcador señalaba el empate y el estadio se volvió un manicomio de gritos, brincos y cosas lanzadas al aire.

Viendo perfilarse la derrota, los congole­ños repitieron la táctica del palitroque, dejando a Pipo y Catete contusos. Una ba­tahola de trompones y puntapiés fue la con­secuencia, y el arbitro no halló nada mejor que expulsar a dos de los jugadores brasile­ños... Patriotas iracundos destruyeron sec­ciones de la malla salvavidas y un coco dio bote en la coronilla del señor Juan Carlos Leguizamón.           

En el tiempo que tardaron Catete y Pipo en reponerse, los arteros africanos batieron otras dos veces la valla de Botafogo. Tormen­tosas rechiflas condenaron esta ventaja in­mérita. Pero la Razón de Ser de las Hojas de Laurel iba ganando en inspiración por mo­mentos y sus divinas jugadas quitaron toda esperanza al, congoleño. Coqueteaba sobre el césped como el lápiz del caricaturista so­bre el papel. La pelota era un colibrí entre sus pies cuando algún iluso intentaba arre­batársela; era una pluma en la borrasca cuando corría con ella burlando intercepto­res; y era una bala de cañón cuando la dispa­raba al arco.

Cosa nunca vista: sus propios contrincan­tes se iban convirtiendo en espectadores. Lo seguían con mirada hechizada, y uno de ellos aplaudió-todo el estadio fue testigo cuando a raíz de una caída la Campana de los Domin­gos marcó el décimo gol desde el suelo.

-¡¡¡Desde el suelo, como lo oyen!!! -au­lló el locutor que sustituía al que había falleci­do-. ¡¡Cayó, retuvo al balón entre los boti­nes, y con patada insospechada derrotó al desprevenido Moshomba!! ¡¡Faltando siete minutos para finalizar el partido, el hombre de Pelotas ha producido el gol más inaudito de la Historia!!...

Todo lo anterior había quedado en la som­bra; por eso aplaudió el africano Lolombo y sus coterráneos mostraron los colmillos en muecas parecidas a sonrisas.

¿Qué más podía verse esa noche? La mu­chedumbre afónica y sudorosa empezó a moverse en demanda de los pasillos, y enton­ces apareció el helicóptero que venía a reco­ger al Abanderado de la Gloria. ¡A llevárselo por el aire, por su nuevo camino: el cielo!

- Descendí hasta unos noventa pies -dijo más tarde el piloto al declarar en el sumario policial-, y me quedé observando el juego que estaba por terminar. Es muy curioso visto desde arriba. Los jugadores parecen pigmeos aplastados contra el suelo y la pelota es laque juega con los hombres... De repente el nº 10 de Botafogo (todos saben que hablo de Tití) corrió a lo largo de la cancha, que semejaba el tapete verde de una mesa de billar, llevan­do entre los pies la bola blanca. Después de eludir a dos o tres individuos, la Luz de las Favelas se encontró ante una compuerta de zagueros y medio zagueros a través de la cual no podía filtrarse. Pero un poco aparte de este grupo, y cerca del pórtico africano, vio al arbitro. Con la rapidez del relámpago calculó y pateó contra el señor Leguizamón. El balón rozó matemáticamente el cuerpo del referí, y cambiando de dirección entró en la valla co­mo una pedrada. Era el primer gol consegui­do en el mundo utilizando al arbitrador. En ese instante terminó el match y se produjo el tumulto. Mientras el estadio enloquecía, los congoleños corrieron a rodear a la Recom­pensa de los Niños Buenos, como también le llamará la posteridad. El fabuloso jugador pa­reció sucumbir entre los rojos uniformes de los gigantes. Divisé su camiseta cuando entre varios se la arrancaban como una reliquia.

Coincidió esto con el derrumbe de la malla de seguridad y la avalancha de místicos con banderitas congoleñas que invadió el campo en medio del griterío selvático. Nada más distinguí de esa escena incongruente hasta que acudió la policía...

¡La policía! Demasiado tarde para advertir a Moshomba y sus piadosos paisanos que lo que estaban haciendo no era costumbre en el país, salvo, naturalmente, en el interior, en los misteriosos territorios de la Amazonia, donde todavía practican las tribus el rito de devorar al enemigo ilustre para posesionarse de sus virtudes de valor e inteligencia con el objeto de elevar el espíritu hacia altas metas de perfección.




jueves, 19 de abril de 2012

Análisis de lecturas recomendadas


Isabel Allende: “Nunca ha habido más esclavos en el mundo que ahora”

En su nueva novela, La isla bajo el mar, Isabel Allende sumerge  de lleno al lector en el drama de la esclavitud, un problema que, en contra de lo que podría pensarse, “no está anticuado” porque, dice la escritora chilena, “nunca ha habido más esclavos en el mundo que ahora”. “Hay 27 millones de personas que actualmente viven en la esclavitud, gente que es retenida contra su voluntad y obligada a trabajar sin remuneración, sobre todo en el sudeste asiático”, recordó hoy Allende en una entrevista poco antes de presentar su nueva novela, publicada por Plaza &Janés en todos los países hispanohablantes.

En poco más de dos semanas, esta novela protagonizada por una mulata que a los nueve años es vendida como esclava al dueño de una importante plantación de azúcar en el Santo Domingo de finales del siglo XVIII, está ya en la lista de los libros más vendidos hasta el punto de que se ha aumentado la tirada inicial de 150.000 ejemplares hasta los 300.000.

En la colonia francesa “había medio millón de esclavos, y era más barato explotarlos a muerte durante cuatro o cinco años que cuidarlos”, afirma la autora de habla hispana con más lectores en el mundo. Ha vendido 51 millones de ejemplares de sus novelas y su obra está traducida a una treintena de idiomas.

La rebelión de los esclavos que hubo en lo que luego se convertiría en Haití “fue la única revuelta de esclavos que triunfó en la historia”, indicó. Costó muchas muertes y no solo entre los negros. “Fue atroz —rememoró— incluso para el ejército de Napoleón. El emperador que había puesto a Europa de rodillas, mandó a Saint-Domingue 30.000 hombres que fueron vencidos por la enfermedad, el clima y las luchas de las tropas africanas”.

I. L ectura
1. ¿En qué contexto se desarrolla la novela de Allende?
2. ¿Qué visión de mundo implica la esclavitud? Justifica.
3. ¿Crees que la esclavitud es válida?

II. Escritura
1. Imagina que la situación anterior ocurre en nuestro país. Infiere las condiciones en las que se encuentran los esclavos, ¿te parece adecuado? Según tu postura, escribe un discurso público en el que la manifiestes.

III. Comunicación oral
1. Imagina que eres víctima de esclavitud, pero eres a la vez el o la líder del movimiento de liberación de tu comunidad. Están a punto de rebelarse y es el momento de darle ánimos al resto. Crea la arenga y pronúnciala frente al curso. Decidan luego quién resultó más convincente.

Un mundo sin Google
Por Jorge Baradit

Los Angeles, 11 de septiembre de 2009 (AP): Las últimas informaciones confirman lo que ya todos saben: Gmail y la red de servicios de Google se encuentran caídos desde hace más de dos horas. La empresa no ha emitido declaraciones pero se sabe de al menos dos emergencias médicas cardíacas y un sinnúmero de ataques de pánico en las oficinas de Google alrededor del mundo, incluso el rumor insistente, surgido a partir de la declaración de testigos, que dicen haber visto saltar desde una ventana del octavo piso de las oficinas de Albuquerque, a un alto ejecutivo de la compañía.

“Lo voy a plantear de esta manera”, señaló un experto en redes sociales, “cuando el Titanic sufrió su accidente, nadie dejó de hacer lo que estaba haciendo: siguieron cenando, escuchando música o conversando junto a la chimenea. Los eventos siguieron una lenta curva descendente pero con aceleración continua hacia el desastre”. “Señores”, levantó la voz, “hemos chocado con un iceberg, sigan con su vida normal, hasta cuando puedan”.

En Chile, los informativos de prensa hablan de preocupación excesiva, de la necesidad de no prestar atención a quienes buscan cámara haciendo declaraciones apocalípticas. De hecho, las personas ya comienzan instintivamente a buscar nuevas vías para mantenerse en contacto: usan Twitter... hasta que se dan cuenta de que no todo el mundo tiene una cuenta y las instrucciones para ordenar un movimiento bancario no caben
en 140 caracteres. Usan Facebook, hasta que descubren lo difícil que es cerrarle el acceso a 500 “amigos” a la información confidencial que están intentando enviarle a ese cliente tan importante. Recurren a los servicios de correo antiguos, como Hotmail o Yahoo para despachar archivos adjuntos, pero se dan cuenta de que hace muchos años dejaron de escribir en papel las direcciones de sus contactos y miles de email addresses se esfumaron en el aire cuando Google sufrió ese único y repentino colapso, que lo hizo retorcerse sobre sí mismo y apagarse en un grito en código binario, verdoso, áspero, mientras caía por el barranco de la Internet.

De pronto millones de voces quedaron mudas, incapaces de hablar, gritando desde cuatro paredes, amarradas de pies y manos. Solos con su humanidad de corto alcance y capacidades reducidas, uno al lado de otro en barrios y edificios, aislados del resto en sus cajas personales limitadas. Lisiados digitales.

Los datos iniciales son confusos, en medios independientes comienza a hablarse de un posible e-11S, es decir: un ejército de hackers fanáticos religiosos inundando la web con proclamas y exigencias, pesadilla que pone los pelos de punta al servicio secreto. Quizá Google no fue bajado, quizá fue secuestrado. Un hijack de la nueva era. O peor: un suicidio digital. Al mediodía del 11 de septiembre, Gmail regresa, pero en blanco, sin ningún correo, ninguna dirección y ningún servicio. Te mira en silencio desde la pantalla, no acepta tus intentos de enviar un correo, se aleja, sientes que te mira con desconfianza. Desaparece a las dos horas llevándose gran parte de la información de cada disco duro […].

1.  ¿Por qué creen que el texto está organizado como una noticia?, ¿qué efecto se busca causar en el receptor?
2.   ¿Por qué creen que, en el último párrafo, se caracteriza a Google con un comportamiento humano?
3.   ¿Qué sentido puede tener la expresión “lisiados digitales”?
4.   ¿Cuál es la visión del autor sobre las relaciones entre la tecnología y el sujeto contemporáneo? Fundamenten su respuesta.