miércoles, 22 de octubre de 2014


ALGUNOS RASGOS DE LA MENTALIDAD CHILENA, EN UNA PERSPECTIVA HISTÓRICA
Cristian Gazmuri.

La influencia de la geografía.

El primer rasgo que quiero destacar como  históricamente presente en el chileno es la conciencia de habitar en un lugar lejano; distante de lo que han sido los polos de cultura avanzada que ha tenido el planeta — Europa en lo fundamental — durante la existencia de nuestra nación: el síndrome de lejanía. “Aquí donde otro no ha llegado”, escribía ya en el siglo XVI don Alonso de Ercilla y Zúñiga. Los primeros mapas señalan las tierras de Chile como Fines Terrae Jaime Eyzaguirre recoge esa denominación y le agrega el adjetivo de “antípoda del mundo “. En los cantos de marinos europeos llegar hasta Valparaíso, era sinónimo de estar al otro lado del planeta.

Y más aislados hemos estado aún de otras altas culturas, no europeas. Diferente era el caso de la época precolombina en relación al Imperio Inca. Pero entonces “Chile”, en tanto la unidad histórico—geográfica que conocemos hoy, no existía.

Lejanía, en primer lugar. Un segundo rasgo, aislamiento. Hasta hace unos 100 años Chile era casi una isla, especialmente durante los inviernos, encerrado entre el inmenso océano Pacífico, sin una costa de buenos puertos naturales, la barrera infranqueable (durante muchos meses) de la Cordillera de Los Andes, el desierto “ El despoblado “ de Atacama y el Cabo de Hornos, con el mar más feroz del planeta, su aislamiento era casi total. Llegar a salir de Chile era una verdadera aventura y el viaje tomaba muchos meses.

También pobreza. Chile fue, hasta 1830, posiblemente la sociedad más pobre de la América Ibera. No producía gran cantidad de metales preciosos, ni alimentos o productos tropicales de alta demanda en Europa, como azúcar, café, cacao, tabaco o, después, caucho. En verdad la Corona Española estuvo interesada en la existencia de Chile principalmente porque constituía la puerta sur del rico Perú, la que era preciso defender de corsarios y la ambición de otras potencias europeas. Los viajeros que nos visitaron durante el siglo XIX, junto con señalar la belleza del paisaje destacan las muy precarias condiciones de vida de los chilenos, incluso de las familias mas pudientes, cuyas casas combinaban algunos muebles alfombras y trajes europeos con el piso de la tierra apisonada, muchos de adobe y techos con vigas de canelo u otros árboles autóctonos a la vista. Los edificios públicos fueron muy modestos hasta muy entrado el siglo XVIII, cuando se construyeron el puente de Cal y Canto, la casa de La Moneda y algunas iglesias de más pretensiones. Esta pobreza termina, entre la oligarquía al menos, hacia mediados del siguiente siglo. Pero todavía, excepción hecha de las familias más ricas que ahora pasaba largad temporadas en Europa y construyeron casas imitando las europeas, el estilo rústico se conserva, si no en Santiago,  sí en los fundos y ciudades de provincias hasta el siglo XX. La alta burguesía decimonónica de Valparaíso constituía la excepción. Pero no quebró esta realidad en términos generales.

Este síndrome de lejanía, aislamiento y pobreza creo que ha marcado el comportamiento de los chilenos, incluso hoy, cuando los medios de comunicación y los transportes modernos nos han acercado al mundo. Tímidos y apocados, también sobrios, solíamos ser muy poco aficionados a aparentar. Espontáneamente, hemos tendido a rehuir los primeros planos (con excepción, por cierto). La persona que llamaba la atención y exhibía su riqueza o poder era mal vista. El exhibicionista, el “posero”, no despertaban simpatía y admiración. Más bien se le acogía con ironía. La sobriedad era considerada una virtud nacional y me parece que hay sólo tres épocas de nuestra historia en que este rasgo se ha roto: transitoriamente entre la aristocracia, hacia comienzos del siglo XX; entre la nueva burguesía durante los años del boom de comienzos de 1980, y de nuevo en los últimos años.             

Sobriedad, sencillez, honestidad. Cuando don Aníbal Pinto dejó la Presidencia sus amigos debieron ayudarlo a encontrar un trabajo para subsistir. Cuenta Vicuña Mackena que enfrentado al motín del 20 de abril de 1851, de madrugada, el Presidente Bulnes desayunó un vaso de mote con huesillos que compró a un motero de la calle. Hasta la época del Gobierno de Eduardo Frei Montalva, los Presidentes de la República caminaban por la calle como cualquier persona y hasta hoy —con recientes excepciones— se enorgullecen de vivir en sus domicilios particulares de hombres de clase media. Y no se trata sólo de figuras públicas. El hombre medio chileno ha sido, históricamente, por lo general, muy sobrio, casi exageradamente apocado.

No hemos amado lo monumental y, en estos últimos tiempos, cuando se ha intentado una iniciativa de este tipo, el resultado, casi invariablemente, ha sido estéticamente deplorable. Basten como ejemplo el “templo votivo” de Maipú y — en grado heroico— el edificio del Congreso Nacional en Valparaíso.


El sentimiento de aislamiento, de lejanía, de pobreza, de sencillez, creo que ha tenido que ver también con la tradicional hospitalidad del chileno. Los extranjeros que llegaban hasta Chile han sido tratados , por lo común, con gran cordialidad y a veces una generosidad rangosa que los asombra. Era generosidad, pero también algo de complejo de inferioridad provinciana ante este embajador del mundo que venía hasta nosotros; reflejo de la intención de mostrarle que tenemos cualidades, y era frecuente que junto con la hospitalidad se le endilgara un discurso patriotero y chovinista que tendía a mostrarle que Chile es lo mejor del mundo, o, al menos, tan bueno o mejor que su patria.

Porque, paralelamente, los chilenos hemos mostrado, un enorme amor al suelo, a esta tierra de fin de mundo que es considerada, de manera inconsciente y un tanto vanidosa — mente, tan hermosa como la mejor, fértil y generosa; nuestro orgullo. Pedro de Valdivia, al menos un semi chileno, y que tanto se quejó de la pobreza del país, escribía al Emperador Carlos y “ Haga saber a los mercaderes y gentes que se quisieran venir a avencidar que vengan, porque esta tierra es tal que para poder vivir en ella no la hay en el mundo…” y continuaba hablando (mientras él y sus compañeros desfallecían de pobreza)   “de las minas riquísimas de oro, y toda la tierra está llena de ello”, lo que ciertamente no se compadece con las noticias que tenemos de época. El Abate Molina murió pidiendo aguita de la cordillera. Ya en el siglo XIX Vicuña Mackena, tan afrancesado como cualquiera de su generación, no dejó de comparar, a veces desvantajosamente, edificios y servicios de Francia con los chilenos. Sin excesiva modestia, nuestra canción nos llama “la copia feliz del edén “. Este halago alcanza también a nuestros hombres y mujeres al roto, al que por un lado se le ha despreciado hasta el punto de que se usa la palabra como adjetivo peyorativo, se le considera al mismo tiempo astuto, generoso, noble y valiente, ”choro” y “tieso de mechas”. A la mujer chilena, considerada al mismo tiempo hermosa y abnegada, admirable, lo que no ha resultado incompatible como un machismo tradicional que abarca a toda nuestra sociedad.

Comparemos, para terminar este punto, nuestro grito de amor patrio, “viva Chile mierda”, con otro pueblo latinoamericano de algunas características parecidas al nuestro México. Ellos gritan “ viva México hijos de la “chingada” vale decir, la rajada , la violada, como lo ha analizado Octavio Paz en un hermoso ensayo. Aquí quiero hacer notar, en ambos casos, la ambigüedad de la expresión de amor. Para afirmar el “viva Chile” la alusión se suma al escremento. En el caso de México se hace presente que desciende de hembras violadas, en una lejana alusión a la Conquista. En ambos casos existe la paradoja, pero es más directa en el caso chileno.

Nuestra geografía nos ha dado también un rasgo que ha sido constante en nuestra historia, el estoicismo frente a lo que Rolando Mellafe llama el “acontecer infausto”. La Colonia es una secuencia de terremotos, sequías catastróficas, salida de cauce de los ríos; lo que sumado a la guerra semi permanente con los Araucanos, parece habernos preparado para enfrentar con estoicismo el mal que sobreviene: el pánico e histeria colectiva en los primeros días dan paso a un fatalismo quieto, a un recomenzar espontáneo.

LA HERENCIA HISPANO-INDIA Y LA MENTALIDAD CHILENA.

También hemos tenido y tenemos rasgos mentales, tanto o más importantes que los liga dos con nuestra situación geográfica, y que vienen de nuestra herencia, española e india así como la de nuestra condición de mestizos. El primero es la opción por la tierra y no el mar. Chile es un país con amplia, amplísima costa. Sin ser isla, es uno de los de los de más amplia costa en el mundo. Pero toda nuestra simbología folclórica, excepto en regiones determinadas como en Chiloé, gira alrededor de la cultura y la existencia campesina y su personaje central, el huaso, sea patrón, pequeño propietario o inquilino Es efectivo que existen elementos concretos que pueden explicar en parte nuestro rechazo histórico a un destino marítimo. Nuestra costa, excepto al sur del Seno de Reloncaví, es un litoral con pocos accidentes geográficos que constituyan buenos puertos naturales, y el océano la golpea duramente. El Pacífico chileno es enorme y no hay tierras cercanas , pero, al mismo tiempo, es un mar rico en pesca, recurso que sólo en las últimas décadas ha sido explotado con intensidad. El pescado no forma parte importante de nuestra dieta todavía. Sin embargo, lo fundamental es que han sido la tierra y sus hombres los personajes centrales de nuestro imaginario y cultura popular, expresada en canciones, trajes, comida, giros idiomáticos, tradiciones. ¿ Por qué este rasgo mental ?

Recordemos que los chilenos somos mestizos de pueblos que eran de tierra. Huilliches, mapuches, picunches, pehuenches, puelches, cuyos descendientes puros hasta el día hoy no saben nadar, eran mucho más numerosos que los indios de la costas, chonos, cuncos y en el extremo sur, onas, alacalufes, yaganes y otros con los cuales casi no hubo mestizaje. Recordemos, por otra parte, que entre los conquistadores figuran extremeños, castellanos, andaluces, más que catalanes, valencianos, cantabros, que son los grupos marítimos de España.                                                                                   

Siendo Chile pura costa, Valdivia fundó la capital lo más lejos de ella que era posible. Creo que las vertientes culturales, española e indígena transmitieron esta mentalidad terrestre. Los comerciantes vascos, un grupo pequeño que llegó en el siglo XVIII, preocupados del tráfico marítimo donde hicieron sus fortunas, terminaron por in— corporarse en definitiva a la cultura tradicional del campo, donde llegarían a ser patrones. Fueron los grupos de no hispanos y en particular ingleses, que llegaron a Valparaíso en el siglo XIX, los que crearon la tradición marítima de Chile, tanto mercan te como de guerra, que se remonta a entonces. Todavía, entre los oficiales de la Armada, abundan los apellidos de origen no hispano, y se sienten más británicos que los ingleses.

La falta de iniciativa económica individual ha mostrado también la impronta hispano católica e indígena. Es conocida la tesis de Max Weber, después desarrollada por Tawney sobre la ligazón entre el espíritu protestante y el espíritu de la laboriosidad lucrativa del capitalismo, que ciertamente no se da, a nivel de toda la América hispana. Debemos atribuir a nuestra profunda herencia católica una parte de la responsabilidad en esta conducta económica. Pero sin duda el carácter de la economía chilena hasta hace algunos decenios tiene también origen a la nación chilena. Agricultores en la zona central más al sur eran guerreros, recolectores y cazadores, a veces, como en el caso de los pehuenches, transhumantes, Esta actitud económica pasiva de la mayoría del pueblo chileno sólo ha venido a variar en los últimos años.

Para continuar con el punto de la pasividad económica y laboral, debemos considerar la relación entre nuestra geografía y demografía. Chile ha sido, desde la Conquista, un país que, sin ser despoblado, ha tenido una poblaci6n relativamente pequeño. Se calcula que al momento de la llegada de los españoles hasta un millón de indígenas pueden haber habitado lo que es el ecúmene chileno actual. Por la época de la Independencia, y sin tomar en cuenta el sector no incorporado de Arauco y de nuestro Norte actual, la población era en esa superficie más pequeña también de, aproximadamente, un millón de personas. Hacia 1900 era de unos tres millones, en 1952 de seis y hoy de catorce. Ahora bien, el clima chileno y la fertilidad del valle central siempre han podido alimentar bien, o al menos minimamente, a esa población, sin necesidad de un esfuerzo extraordinario. Durante la Colonia, cuando se exportaba sebo al Perú, la carne se quemaba. Sólo en el siglo XX y en un contexto de marginalidad urbana la alimentación ha sido un problema grave.

Esta facilidad en las condiciones de subsistencia de Chile la hacía notar Arnold Toynbee, comparándola con la dureza del altiplano andino, que obliga a grandes esfuerzos para conseguir el alimento. Así explica por qué allí surgió una alta cultura y no aquí. Pero, por lo que nos interesa, también puede ser otra de las causas de nuestra historia falta de iniciativa económica sostenida y de empeño constante y laborioso. Digo, puede ser, porque se da el caso de que también los descendientes de los incas han exhibido en los últimos siglos una gran pasividad  económica, aunque quizas por razones diferentes conectadas con la desarticulación por la Conquista de su evolucionado sistema político social tradicional, que en Chile fue inexistente o estuvo muy poco asentado. La improvisación laboral ( y su manifestación concreta, el “maestro chasquilla”) ha sido otra manifestación de este rasgo: lo que se comenzaba no se terminaba o se terminaba a medias, no hacía falta más y nadie reclamaba.

LA MENTALIDAD CHILENA

Vayamos, finalmente, a rasgos mentales que serían fruto de nuestra historia. Mario Góngora y otros autores han destacado el hecho de que en Chile no fue la nación la que dio origen al Estado (como habría ocurrido en Perú y en México); fue el Estado español en Chile, una institucionalidad fruto de una voluntad externa, el que creó la nación chilena donde antes existían varias de carácter primitivo. El prolongado esfuerzo de los gobiernos coloniales y republicanos continúo en ese sentido.

Fue el Estado chileno de la segunda mitad del siglo XIX y primera del siglo XX el que, enriquecido por los impuestos del salitre, permitió la consolidación de la clase media que ha gobernado Chile en el siglo XX, pues impulsó el esfuerzo educacional de esos años.

Ahora bien, el hecho de que el Estado haya sido el artífice de la nación chilena explica, al menos en parte, la homogeneidad de valores y costumbres de los chilenos. En Chile la hay, a diferencia de otros países de historia mucho más larga y compleja, pero mucho más pequeños territorialmente, como Irlanda, Bélgica, la misma España, los países del Medio Oriente y los Balcanes. Incluso, a diferencia de otros países de nuestra América Latina, Chile no exhibe regionalismos, a veces intransigentes y violentos. Y no es por que tengamos

homogeneidad geográfica. Chile tiene todos los climas y casi todas las geografías, excepto la selva tropical. Además, la comunicación entre regiones y todavía suele ser difícil en nuestro largo país. Por ejemplo: hasta el extremo sur se puede llegar por barco, por avión o a través de la República Argentina, pero no hay diferencias culturales ni rasgos mentales sustancialmente distintos entre los habitantes de Anca y los de Punta Arenas, del Valle Central, del desierto o de la Patagonia menos aún odiosidades. Chile se ha extendido desde el centro hacia sus extremos.

También a nuestra historia debemos el aprecio que sentíamos por los valores militares. Chile era un país orgulloso de su pasado de éxitos militares. Algo que hoy parece cuestionable éticamente, pero que no lo era hasta mediados del siglo XX. Se le conocía como “ Chile , tierra de guerra”. Efectivamente, la guerra fue un estado permanente, o al menos latente, en los siglos coloniales, y durante el XIX apareció en nuestra historia con inusitada frecuencia: guerras civiles desde 1810 a 1818, en 1830, 1851,1859 y 1891. En fin, guerras internacionales en las décadas de 1820, de 1830, de 1860, de 1870-80, todas victorias. Los cronistas coloniales se referían a nuestra nación como Flandes indiano. Tulio Halperin, en su conocida Historia de América Latina, se refiere a Chile como una pequeña Prusia, y Buur titula su libro sobre la política exterior chilena en el siglo XIX, bajo la premisa “ por la razón o la fuerza” lema de nuestro símbolo nacional por excelencia: el escudo patrio. No debemos olvidar que el libro por un chileno, — Jorge Inostroza— de mayor venta en el país ha sido Adios al Séptimo de Línea, un canto de gesta al valor de un soldado chileno, que apareció hace unos treinta años y fue leído masivamente, con devoción, sin ser una novela de valor histórico o literario apreciables. El estudio del norteamericano Nunn Prat, un santo laico, símbolo de nuestros valores más caros, es del mayor interés para comprender el rasgo mental pretérito que enunció.

Otro rasgo mental del chileno, de los últimos dos siglos, conectado a nuestra historia, es la tendencia histórica al vagabundeo y la aventura. Muy claro entre los sectores populares, lo es, en general, de todos los chilenos. Extraño, por otra parte, en un país en el que el mundo campesino, muy mayoritario hasta hace algunas décadas, no es el del pe6n ganadero transhumante. como los llaneros de Colombia y Venezuela o los gauchos de Argentina y Uruguay, sino el del inquilino, un ente sedentario, dependiente Sin embargo, hijos o parientes de inquilinos se han transformado fácilmente en peones afuerinos transhumantes, más todavía, han emigrado masivamente al norte en la época de la plata y el salitre, ascendiendo también masivamente por la costa del Pacífico hasta California ( entre algunos Pérez Rosales, Santiago Arcos y Benjamín Vicuña Mackena ) durante la fiebre del oro. Chilenos se contrataron como jornaleros para construir los ferrocarriles de la sierra en Perú y no pocos trabajaron en la apertura del Canal de Panamá durante las últimas décadas - más allá del problema del exilio- encontramos chilenos repartidos por todo el mundo, notoriamente en Argentina, Venezuela, USA, Suecia y Australia, Buscavidas que disfrutan o sufren de su destino. Es posible que este rasgo tenga razones históricas muy concretas caso a caso. Pero quizá, colectivamente, también se origina en el hecho de que durante los siglos coloniales una buena parte del territorio de Chile fue lo que el historiador estadounidense Tuner llamó una “ zona de frontera “, donde la incertidumbre era diaria y donde el valor individual, la libertad personal y el amor a la aventura eran muy valorados y representaban la posibilidad de prosperar, hasta el punto de transformarse en un estilo de vida.

Cristian Gazmuri
Profesor de Historia
Universidad de Chile


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