ALGUNOS
RASGOS DE LA
MENTALIDAD CHILENA , EN UNA PERSPECTIVA HISTÓRICA
Cristian Gazmuri.
La influencia de la geografía.
El
primer rasgo que quiero destacar como
históricamente presente en el chileno es la conciencia de habitar en un
lugar lejano; distante de lo que han sido los polos de cultura avanzada que ha
tenido el planeta — Europa en lo fundamental — durante la existencia de nuestra
nación: el síndrome de lejanía. “Aquí
donde otro no ha llegado”, escribía ya en el siglo XVI don Alonso de
Ercilla y Zúñiga. Los primeros mapas señalan las tierras de Chile como Fines
Terrae Jaime Eyzaguirre recoge esa denominación y le agrega el adjetivo de
“antípoda del mundo “. En los cantos de marinos europeos llegar hasta
Valparaíso, era sinónimo de estar al otro lado del planeta.
Y
más aislados hemos estado aún de otras altas culturas, no europeas. Diferente
era el caso de la época precolombina en relación al Imperio Inca. Pero entonces
“Chile”, en tanto la unidad histórico—geográfica que conocemos hoy, no existía.
Lejanía,
en primer lugar. Un segundo rasgo, aislamiento. Hasta hace unos 100 años Chile
era casi una isla, especialmente durante los inviernos, encerrado entre el
inmenso océano Pacífico, sin una costa de buenos puertos naturales, la barrera
infranqueable (durante muchos meses) de la Cordillera de Los Andes, el desierto
“ El despoblado “ de Atacama y el Cabo de Hornos, con el mar más feroz del
planeta, su aislamiento era casi total. Llegar a salir de Chile era una
verdadera aventura y el viaje tomaba muchos meses.
También
pobreza. Chile fue, hasta 1830, posiblemente la sociedad más pobre de la
América Ibera. No producía gran cantidad de metales preciosos, ni alimentos o
productos tropicales de alta demanda en Europa, como azúcar, café, cacao,
tabaco o, después, caucho. En verdad la Corona Española estuvo interesada en la
existencia de Chile principalmente porque constituía la puerta sur del rico
Perú, la que era preciso defender de corsarios y la ambición de otras potencias
europeas. Los viajeros que nos visitaron durante el siglo XIX, junto con
señalar la belleza del paisaje destacan las muy precarias condiciones de vida
de los chilenos, incluso de las familias mas pudientes, cuyas casas combinaban
algunos muebles alfombras y trajes europeos con el piso de la tierra apisonada,
muchos de adobe y techos con vigas de canelo u otros árboles autóctonos a la
vista. Los edificios públicos fueron muy modestos hasta muy entrado el siglo
XVIII, cuando se construyeron el puente de Cal y Canto, la casa de La Moneda y
algunas iglesias de más pretensiones. Esta pobreza termina, entre la oligarquía
al menos, hacia mediados del siguiente siglo. Pero todavía, excepción hecha de
las familias más ricas que ahora pasaba largad temporadas en Europa y
construyeron casas imitando las europeas, el estilo rústico se conserva, si no
en Santiago, sí en los fundos y ciudades
de provincias hasta el siglo XX. La alta burguesía decimonónica de Valparaíso
constituía la excepción. Pero no quebró esta realidad en términos generales.
Este
síndrome de lejanía, aislamiento y pobreza creo que ha marcado el
comportamiento de los chilenos, incluso hoy, cuando los medios de comunicación
y los transportes modernos nos han acercado al mundo. Tímidos y apocados,
también sobrios, solíamos ser muy poco aficionados a aparentar.
Espontáneamente, hemos tendido a rehuir los primeros planos (con excepción, por
cierto). La persona que llamaba la atención y exhibía su riqueza o poder era
mal vista. El exhibicionista, el “posero”, no despertaban simpatía y admiración.
Más bien se le acogía con ironía. La sobriedad era considerada una virtud
nacional y me parece que hay sólo tres épocas de nuestra historia en que este
rasgo se ha roto: transitoriamente entre la aristocracia, hacia comienzos del
siglo XX; entre la nueva burguesía durante los años del boom de comienzos de
1980, y de nuevo en los últimos años.
Sobriedad,
sencillez, honestidad. Cuando don Aníbal Pinto dejó la Presidencia sus amigos
debieron ayudarlo a encontrar un trabajo para subsistir. Cuenta Vicuña Mackena
que enfrentado al motín del 20 de abril de 1851, de madrugada, el Presidente
Bulnes desayunó un vaso de mote con huesillos que compró a un motero de la
calle. Hasta la época del Gobierno de Eduardo Frei Montalva, los Presidentes de
la República caminaban por la calle como cualquier persona y hasta hoy —con
recientes excepciones— se enorgullecen de vivir en sus domicilios particulares
de hombres de clase media. Y no se trata sólo de figuras públicas. El hombre
medio chileno ha sido, históricamente, por lo general, muy sobrio, casi
exageradamente apocado.
No
hemos amado lo monumental y, en estos últimos tiempos, cuando se ha intentado
una iniciativa de este tipo, el resultado, casi invariablemente, ha sido
estéticamente deplorable. Basten como ejemplo el “templo votivo” de Maipú y —
en grado heroico— el edificio del Congreso Nacional en Valparaíso.
El
sentimiento de aislamiento, de lejanía, de pobreza, de sencillez, creo que ha
tenido que ver también con la tradicional hospitalidad del chileno. Los
extranjeros que llegaban hasta Chile han sido tratados , por lo común, con gran
cordialidad y a veces una generosidad rangosa que los asombra. Era generosidad,
pero también algo de complejo de inferioridad provinciana ante este embajador
del mundo que venía hasta nosotros; reflejo de la intención de mostrarle que
tenemos cualidades, y era frecuente que junto con la hospitalidad se le
endilgara un discurso patriotero y chovinista que tendía a mostrarle que Chile
es lo mejor del mundo, o, al menos, tan bueno o mejor que su patria.
Porque,
paralelamente, los chilenos hemos mostrado, un enorme amor al suelo, a esta
tierra de fin de mundo que es considerada, de manera inconsciente y un tanto
vanidosa — mente, tan hermosa como la mejor, fértil y generosa; nuestro
orgullo. Pedro de Valdivia, al menos un semi chileno, y que tanto se quejó de
la pobreza del país, escribía al Emperador Carlos y “ Haga saber a los mercaderes y gentes que se quisieran venir a
avencidar que vengan, porque esta tierra es tal que para poder vivir en ella no
la hay en el mundo…” y continuaba hablando (mientras él y sus compañeros
desfallecían de pobreza) “de las minas riquísimas de oro, y toda la
tierra está llena de ello”, lo que ciertamente no se compadece con las
noticias que tenemos de época. El Abate Molina murió pidiendo aguita de la
cordillera. Ya en el siglo XIX Vicuña Mackena, tan afrancesado como cualquiera
de su generación, no dejó de comparar, a veces desvantajosamente, edificios y
servicios de Francia con los chilenos. Sin excesiva modestia, nuestra canción
nos llama “la copia feliz del edén “. Este halago alcanza también a nuestros
hombres y mujeres al roto, al que por un lado se le ha despreciado hasta el
punto de que se usa la palabra como adjetivo peyorativo, se le considera al
mismo tiempo astuto, generoso, noble y valiente, ”choro” y “tieso de mechas”. A
la mujer chilena, considerada al mismo tiempo hermosa y abnegada, admirable, lo
que no ha resultado incompatible como un machismo tradicional que abarca a toda
nuestra sociedad.
Comparemos,
para terminar este punto, nuestro grito de amor patrio, “viva Chile mierda”,
con otro pueblo latinoamericano de algunas características parecidas al nuestro
México. Ellos gritan “ viva México hijos de la “chingada” vale decir, la rajada
, la violada, como lo ha analizado Octavio Paz en un hermoso ensayo. Aquí
quiero hacer notar, en ambos casos, la ambigüedad de la expresión de amor. Para
afirmar el “viva Chile” la alusión se suma al escremento. En el caso de México
se hace presente que desciende de hembras violadas, en una lejana alusión a la
Conquista. En ambos casos existe la paradoja, pero es más directa en el caso
chileno.
Nuestra
geografía nos ha dado también un rasgo que ha sido constante en nuestra
historia, el estoicismo frente a lo que Rolando Mellafe llama el “acontecer
infausto”. La Colonia
es una secuencia de terremotos, sequías catastróficas, salida de cauce de los
ríos; lo que sumado a la guerra semi permanente con los Araucanos, parece
habernos preparado para enfrentar con estoicismo el mal que sobreviene: el
pánico e histeria colectiva en los primeros días dan paso a un fatalismo
quieto, a un recomenzar espontáneo.
LA HERENCIA HISPANO-INDIA Y LA
MENTALIDAD CHILENA.
También
hemos tenido y tenemos rasgos mentales, tanto o más importantes que los liga
dos con nuestra situación geográfica, y que vienen de nuestra herencia,
española e india así como la de nuestra condición de mestizos. El primero es la
opción por la tierra y no el mar. Chile es un país con amplia, amplísima costa.
Sin ser isla, es uno de los de los de más amplia costa en el mundo. Pero toda
nuestra simbología folclórica, excepto en regiones determinadas como en Chiloé,
gira alrededor de la cultura y la existencia campesina y su personaje central, el
huaso, sea patrón, pequeño propietario o inquilino Es efectivo que existen
elementos concretos que pueden explicar en parte nuestro rechazo histórico a un
destino marítimo. Nuestra costa, excepto al sur del Seno de Reloncaví, es un
litoral con pocos accidentes geográficos que constituyan buenos puertos
naturales, y el océano la golpea duramente. El Pacífico chileno es enorme y no
hay tierras cercanas , pero, al mismo tiempo, es un mar rico en pesca, recurso
que sólo en las últimas décadas ha sido explotado con intensidad. El pescado no
forma parte importante de nuestra dieta todavía. Sin embargo, lo fundamental es
que han sido la tierra y sus hombres los personajes centrales de nuestro
imaginario y cultura popular, expresada en canciones, trajes, comida, giros idiomáticos,
tradiciones. ¿ Por qué este rasgo mental ?
Recordemos
que los chilenos somos mestizos de pueblos que eran de tierra. Huilliches,
mapuches, picunches, pehuenches, puelches, cuyos descendientes puros hasta el
día hoy no saben nadar, eran mucho más numerosos que los indios de la costas,
chonos, cuncos y en el extremo sur, onas, alacalufes, yaganes y otros con los
cuales casi no hubo mestizaje. Recordemos, por otra parte, que entre los
conquistadores figuran extremeños, castellanos, andaluces, más que catalanes,
valencianos, cantabros, que son los grupos marítimos de España.
Siendo
Chile pura costa, Valdivia fundó la capital lo más lejos de ella que era
posible. Creo que las vertientes culturales, española e indígena transmitieron
esta mentalidad terrestre. Los comerciantes vascos, un grupo pequeño que llegó
en el siglo XVIII, preocupados del tráfico marítimo donde hicieron sus
fortunas, terminaron por in— corporarse en definitiva a la cultura tradicional
del campo, donde llegarían a ser patrones. Fueron los grupos de no hispanos y
en particular ingleses, que llegaron a Valparaíso en el siglo XIX, los que
crearon la tradición marítima de Chile, tanto mercan te como de guerra, que se
remonta a entonces. Todavía, entre los oficiales de la Armada, abundan los
apellidos de origen no hispano, y se sienten más británicos que los ingleses.
La
falta de iniciativa económica individual ha mostrado también la impronta
hispano católica e indígena. Es conocida la tesis de Max Weber, después
desarrollada por Tawney sobre la ligazón entre el espíritu protestante y el
espíritu de la laboriosidad lucrativa del capitalismo, que ciertamente no se
da, a nivel de toda la América hispana. Debemos atribuir a nuestra profunda
herencia católica una parte de la responsabilidad en esta conducta económica.
Pero sin duda el carácter de la economía chilena hasta hace algunos decenios
tiene también origen a la nación chilena. Agricultores en la zona central más
al sur eran guerreros, recolectores y cazadores, a veces, como en el caso de
los pehuenches, transhumantes, Esta actitud económica pasiva de la mayoría del
pueblo chileno sólo ha venido a variar en los últimos años.
Para
continuar con el punto de la pasividad económica y laboral, debemos considerar
la relación entre nuestra geografía y demografía. Chile ha sido, desde la
Conquista, un país que, sin ser despoblado, ha tenido una poblaci6n
relativamente pequeño. Se calcula que al momento de la llegada de los españoles
hasta un millón de indígenas pueden haber habitado lo que es el ecúmene chileno
actual. Por la época de la Independencia, y sin tomar en cuenta el sector no
incorporado de Arauco y de nuestro Norte actual, la población era en esa
superficie más pequeña también de, aproximadamente, un millón de personas. Hacia
1900 era de unos tres millones, en 1952 de seis y hoy de catorce. Ahora bien,
el clima chileno y la fertilidad del valle central siempre han podido alimentar
bien, o al menos minimamente, a esa población, sin necesidad de un esfuerzo
extraordinario. Durante la Colonia, cuando se exportaba sebo al Perú, la carne
se quemaba. Sólo en el siglo XX y en un contexto de marginalidad urbana la
alimentación ha sido un problema grave.
Esta
facilidad en las condiciones de subsistencia de Chile la hacía notar Arnold Toynbee,
comparándola con la dureza del altiplano andino, que obliga a grandes esfuerzos
para conseguir el alimento. Así explica por qué allí surgió una alta cultura y
no aquí. Pero, por lo que nos interesa, también puede ser otra de las causas de
nuestra historia falta de iniciativa económica sostenida y de empeño constante
y laborioso. Digo, puede ser, porque se da el caso de que también los
descendientes de los incas han exhibido en los últimos siglos una gran
pasividad económica, aunque quizas por
razones diferentes conectadas con la desarticulación por la Conquista de su
evolucionado sistema político social tradicional, que en Chile fue inexistente
o estuvo muy poco asentado. La improvisación laboral ( y su manifestación
concreta, el “maestro chasquilla”) ha sido otra manifestación de este rasgo: lo
que se comenzaba no se terminaba o se terminaba a medias, no hacía falta más y
nadie reclamaba.
LA MENTALIDAD CHILENA
Vayamos,
finalmente, a rasgos mentales que serían fruto de nuestra historia. Mario
Góngora y otros autores han destacado el hecho de que en Chile no fue la nación
la que dio origen al Estado (como habría ocurrido en Perú y en México); fue el
Estado español en Chile, una institucionalidad fruto de una voluntad externa,
el que creó la nación chilena donde antes existían varias de carácter
primitivo. El prolongado esfuerzo de los gobiernos coloniales y republicanos
continúo en ese sentido.
Fue
el Estado chileno de la segunda mitad del siglo XIX y primera del siglo XX el
que, enriquecido por los impuestos del salitre, permitió la consolidación de la
clase media que ha gobernado Chile en el siglo XX, pues impulsó el esfuerzo
educacional de esos años.
Ahora
bien, el hecho de que el Estado haya sido el artífice de la nación chilena
explica, al menos en parte, la homogeneidad de valores y costumbres de los
chilenos. En Chile la hay, a diferencia de otros países de historia mucho más
larga y compleja, pero mucho más pequeños territorialmente, como Irlanda,
Bélgica, la misma España, los países del Medio Oriente y los Balcanes. Incluso,
a diferencia de otros países de nuestra América Latina, Chile no exhibe
regionalismos, a veces intransigentes y violentos. Y no es por que tengamos
homogeneidad
geográfica. Chile tiene todos los climas y casi todas las geografías, excepto
la selva tropical. Además, la comunicación entre regiones y todavía suele ser
difícil en nuestro largo país. Por ejemplo: hasta el extremo sur se puede
llegar por barco, por avión o a través de la República Argentina, pero no hay
diferencias culturales ni rasgos mentales sustancialmente distintos entre los
habitantes de Anca y los de Punta Arenas, del Valle Central, del desierto o de
la Patagonia menos aún odiosidades. Chile se ha extendido desde el centro hacia
sus extremos.
También
a nuestra historia debemos el aprecio que sentíamos por los valores militares.
Chile era un país orgulloso de su pasado de éxitos militares. Algo que hoy
parece cuestionable éticamente, pero que no lo era hasta mediados del siglo XX.
Se le conocía como “ Chile , tierra de guerra”. Efectivamente, la guerra fue un
estado permanente, o al menos latente, en los siglos coloniales, y durante el
XIX apareció en nuestra historia con inusitada frecuencia: guerras civiles
desde 1810 a 1818, en 1830, 1851,1859 y 1891. En fin, guerras internacionales
en las décadas de 1820, de 1830, de 1860, de 1870-80, todas victorias. Los
cronistas coloniales se referían a nuestra nación como Flandes indiano. Tulio
Halperin, en su conocida Historia de América Latina, se refiere a Chile como
una pequeña Prusia, y Buur titula su libro sobre la política exterior chilena
en el siglo XIX, bajo la premisa “ por la razón o la fuerza” lema de nuestro
símbolo nacional por excelencia: el escudo patrio. No debemos olvidar que el
libro por un chileno, — Jorge Inostroza— de mayor venta en el país ha sido
Adios al Séptimo de Línea, un canto de gesta al valor de un soldado chileno,
que apareció hace unos treinta años y fue leído masivamente, con devoción, sin
ser una novela de valor histórico o literario apreciables. El estudio del
norteamericano Nunn Prat, un santo laico, símbolo de nuestros valores más
caros, es del mayor interés para comprender el rasgo mental pretérito que
enunció.
Otro
rasgo mental del chileno, de los últimos dos siglos, conectado a nuestra
historia, es la tendencia histórica al vagabundeo y la aventura. Muy claro
entre los sectores populares, lo es, en general, de todos los chilenos.
Extraño, por otra parte, en un país en el que el mundo campesino, muy
mayoritario hasta hace algunas décadas, no es el del pe6n ganadero
transhumante. como los llaneros de Colombia y Venezuela o los gauchos de
Argentina y Uruguay, sino el del inquilino, un ente sedentario, dependiente Sin
embargo, hijos o parientes de inquilinos se han transformado fácilmente en
peones afuerinos transhumantes, más todavía, han emigrado masivamente al norte
en la época de la plata y el salitre, ascendiendo también masivamente por la
costa del Pacífico hasta California ( entre algunos Pérez Rosales, Santiago
Arcos y Benjamín Vicuña Mackena ) durante la fiebre del oro. Chilenos se
contrataron como jornaleros para construir los ferrocarriles de la sierra en
Perú y no pocos trabajaron en la apertura del Canal de Panamá durante las
últimas décadas - más allá del problema del exilio- encontramos chilenos
repartidos por todo el mundo, notoriamente en Argentina, Venezuela, USA, Suecia
y Australia, Buscavidas que disfrutan o sufren de su destino. Es posible que
este rasgo tenga razones históricas muy concretas caso a caso. Pero quizá,
colectivamente, también se origina en el hecho de que durante los siglos
coloniales una buena parte del territorio de Chile fue lo que el historiador
estadounidense Tuner llamó una “ zona de frontera “, donde la incertidumbre era
diaria y donde el valor individual, la libertad personal y el amor a la
aventura eran muy valorados y representaban la posibilidad de prosperar, hasta
el punto de transformarse en un estilo de vida.
Cristian
Gazmuri
Profesor de Historia
Universidad de Chile
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