Enrique Bunster
Eruditos
historiadores han precisado cómo fue descubierto el futbolista más grande de
todos los tiempos y países. El hecho aconteció en la favela das Mariposas Azules de Río de
Janeiro, a la sombra del Corcovado. Tití, de diecisiete años y vendedor de
periódicos, no había jugado nunca a la pelota hasta el instante en que un
impulso misterioso lo hizo mezclarse con los muchachos que pateaban entre
nubes de polvo. Repararon en él cuando despidió el balón como un proyectil, de
extremo a extremo del campo, con un impacto detonante de su pie descalzo. Interrumpióse el
juego y se quedaron contemplando al mocito de físico esbelto y ojos inquietos, que parecía el
más sorprendido de todos.
- ¡Nadie
puede cañonear así! -exclamó un chico de cuyos ojos saltaban lágrimas-. ¡Por
Dios, Tití; rompiste la pelota!...
De
esta manera se dio a conocer el ilustre moreno que hoy es un recuerdo
legendario en el prodigioso Brasil.
Nadie,
que sepamos, ha conquistado la gloria como él lo hizo: ¡con un puntapié! De
golpe y porrazo pasó a ser el ídolo de la favela. En su primera presentación dominical apabulló al cuadro
enemigo por cuenta abrumadora. A los pocos días fueron a buscarlo a su
vivienda mísera
para llevárselo como un diamante en bruto a las oficinas del Club Botafogo.
Al
preguntarle su nombre supieron que no tenía apellidos. Le llamaban Tití por su
agilidad de animalito de la selva. Lo había recogido en Pelotas (Río Grande
do Sul) una morena caritativa; de ahí el otro apodo de Recolhido. Le dieron ropa y por primera vez calzó zapatos.
También se preocuparon de nutrirlo,
pues saltaba a la vista que estaba subalimentado...
Viéndolo
expedirse en la cancha, dicen que dijo un experto: "¡Dios mío, qué va a
salir de aquí!" Y al terminar la práctica, el entrenador lo besó en la
frente, como consagrándolo.
De
inmediato formalizaron la contratación; y entonces descubrieron que era analfabeto.
-
Tendrás un profesor por cuenta nuestra -expresó el gerente comercial de
Botafogo, señor Peixoto de Azevedo. No está de más que un futbolista sepa leer
y escribir.
Firmó
con una cruz y quedó ganando un sueldo equivalente al de un rector de universidad.
El
crack inaudito
remontó hacia la fama con rapidez de centella. En cuarenta y ocho horas se
esparció la buena nueva: !Ha aparecido el delantero del siglo! Y los místicos
del balompié invadieron el estadio para presenciar su adiestramiento.
Cuando
se anunció su debut, meses después, ya era célebre, y el crítico de O Globo escribió: "Delante de
Tití, el gran Pelé hubiera parecido un anciano gotoso. El nuevo monarca juega
como en estado de trance y con sabiduría inexplicable".
La
tarde de aquel histórico domingo llovía con exageración. De las nubes bombardeadas
por los truenos caía un diluvio que rebotaba por los barrancos de la jungla
incrustada en la ciudad, anegaba las rúas de baldosas serpenteantes y lavaba
los rascacielos adornados de azulejos y plantas paradisíacas. En el Estadio
Maracaná, el más grande do mundo, doscientas cincuenta mil personas soportaban
el aguacero a la espera de o Messias
do Futebol. Paró de llover cuando la escuadra de Botafogo salió por el
túnel, y al aparecer el Recolhido
brilló el sol como alegrándose de verlo...
¡Digno
saludo de un astro a una estrella!
A
los pocos minutos de iniciado el encuentro llegó Tití frente al arco de
Flamengo y disparó un pelotazo espeluznante que trizó el travesaño y dejó al
guardavallas Nilton Coutinho encogido de pavor. A los catorce minutos embistió de nuevo y
pateó a boca de jarro: el bólido cortó la red y aturdió a un fotógrafo. El
griterío de la concurrencia pareció sacudir el embudo de concreto de Maracaná.
Tití era el pateador más potente que hubiérase visto nunca... Pero era además
inalcanzable, inatajable e inadivinable.
Corría
con zancadas de orangután que hacían imposible prever en qué dirección daría el
paso siguiente. Cambiaba instantáneamente de velocidad: de la carrera a la
marcha y del tranco a la huida, dejando a sus perseguidores con un palmo de
narices. La muchedumbre lo ovacionaba de pie, mientras el locutor más veloz
del idioma relataba:
-Tití toma la
pelota/burla a Olinto y pasa a Bubú/recibe otra vez de Bubú/arranca/burla a
Faleiro/engaña a Nono/lo mismo a Lalá/Tití avanzando/el público delirante/Cerveza
Brahma refresca al Brasil/Tití corriendo con sus brincos de mono y sus gestos
raros/confusión en Flamengo/locura en tribunas y ga-lerías/suspenso/Tití en el
área enemiga/Nil-ton, paralizado/Tití va a patear/va a patear/
¡no
lo hace y entra al arco cosa increíble entra al arco arreando la pelota
gooooooool gooooooool de Tití sin patear señoras y señores gooooooool sin
patear entró este hombre en el pórtico de Nilton como Pedro por su casa séptimo
gol consecutivo de Tití a los ocho minutos del segundo tiempo Botafogo nueve
Flamengo dos tormenta de gritos y risas saludando esta masacre de goles aquí en
el Estadio Maracaná!...
Así
transcurrió esa jornada memorable. Al sonar el pitazo final volaron sombreros,
diarios y abanicos. Y al vaciarse el mar humano por las portadas del estadio,
cantando y bailando el samba, un carnaval espontáneo se armó en las calles de
la ciudad más alegre del mundo.
El
país experimentó una sensación de fortalecimiento. Era la confianza de que el
Brasil podría tremolar
invicta su bandera verde, parecida a una cancha, con un balón al centro. Se
sentía a la patria defendida.
Por
eso el nuevo solista del césped conquistó el amor de decenas de millones de
almas. De un día para otro se encontró convertido en una especie de imagen de
devoción. Su retrato en camiseta cubría los quioscos de revistas y adornaba
los escaparates; luego decoró las paredes de los dormitorios infantiles e
invadió las casinhas
aglomeradas sobre los precipicios.
Si
se hubiera podido hacer un registro electrónico, habríase visto que su nombre
era pronunciado millares de veces por segundo. Discutían sobre él en las
esquinas, en los bares y cafés, en los baños turcos, en los pasillos de la Bolsa , en Copacabana, en las
letrinas y en los salones. Rotativos y semanarios dedicábanle columnas y páginas:
homenaje permanente que el campeón absorbía a tropezones con su corto conocimiento
del silabario.
Lo enfocaban las cámaras de televisión:
- ¿Por
qué juega fútbol?
- Porque
soy jugador de fútbol. (Risas en el auditorio, y aplausos.)
-
¿Se considera un futbolista intuitivo o cerebral?
-
Goleo con la cabeza igual que con los pies. (Salva de risas y de aplausos.)
-
La crítica ha afirmado que el boceto de
su juego es impresionista, con influencia de Nene; ¿pero no le parece que su ejecución es abstracta?
-
Eso se verá en Sao Paulo, donde espero defender los colores de mi cuadro.
(Carcajadas y gritos: ¡Genial! ¡Genial!.)
Vestía
deslumbrantes ternos de seda, y se fue adornando con prendedores y colleras de
oro, flor en el ojal y monóculo de fantasía a la portuguesa. A la puerta de su
departamento de la rúa Lord Cochrane se estacionaban los admiradores para
pedirle autógrafos y estrecharle la mano. Dondequiera que fuese lo seguía una
escolta de curiosos y niños fascinados. Nadie hace caso de nadie en las calles
de Río, donde lo usual es ver pasar a lumbreras del mundo en traje de baño;
pero al entrever a Tití la gente corría en su persecución para mirarlo de
cerca. Encandilado por la visión del ídolo, un chofer entró con su Camión en
una peluquería de señoras.
Viajando
con Botafogo por los estados, sembró a su paso la euforia de las masas y los
alaridos de los locutores. En Sao Paulo hizo rugir al estadio marcando un gol
con el estómago. En Belo Horizonte, un místico que no consiguió entrada sacó
su revólver y asesinó al boletero: En Recife hizo ganar a su escuadra por 10 a 1. En Bahía, una poetisa
morena le llamó en una oda: "Mariposa azul de las canchas, razón de ser de
las hojas de laurel, abanderado de la gloria, luz de las favelas, campana de los domingos,
recompensa de los niños buenos".
Su
celebridad trascendió hasta Londres y un ejecutivo de Arsenal Incorporated voló
dispuesto a comprarlo para el equipo campeón de las Islas Británicas. AI
llegar este financiero al aeropuerto de Galeáo, una turba de mocetones lo
recibió con feroz silbatina. Sir T.Crookes sonrió encantado creyendo que era
una manifestación de bienvenida, y sólo salió del error cuando un huevo de avestruz
hizo impacto en su noble faz.
Pero
Inglaterra ofrecía más de cuanto pagara nunca por un deportista o por un pursang, y las agencias informativas
comunicaron que Tití iba a ser transferido.
Sólo
esto esperaba el pueblo para echarse a la calle a protestar. Una columna de
cinco mil hombres y mujeres desfiló vociferando, mientras que otra poblada
rodeaba la casa del cónsul inglés para darle una serenata con música de
palanganas y tarros parafineros.
Estos
desórdenes cesaron cuando se supo que el Gobierno de Brasilia había mandado suspender
las negociaciones. Don Theophilo Peixoto de Azevedo se trasladó a la capital, y
en o Palacio da Alvorada tuvo
lugar este diálogo tajante:
-
Hemos tomado el acuerdo de prohibir que Tití sea exportado.
-
Señor Ministro, la oferta es de trescientas mil libras por tres años de
contrato...
-
No podemos, señor Peixoto, privar al pueblo de su deportista más inspirado. De
hacerlo, la impopularidad caería sobre el Gobierno... en vísperas de
elecciones.
-
Pero Tití va a ser lesionado en sus intereses...
- El
jugador no será lesionado, porque el Estado arbitrará medidas compensatorias en
el área esterlina. Y a propósito, ¿cuándo veremos a Botafogo jugando en
Brasilia?...
Nuevamente
las multitudes se desbordaron, pero esta vez en un delirio de alegría. El centro
de Río presenció un carnaval pequenino
que paralizó el tránsito y obligó a cerrar las oficinas.
Desfilaron
las escuelas de samba con su murgas
estrepitosas, dos mil futbolistas en tenida de cancha, la Academia de Locutores de
la Universidad
y millares de místicos portando banderitas y bailando.
Dos
semanas después se celebraron las elecciones generales del Parlamento y las
candidaturas gobiernistas triunfaron por abrumadora mayoría.
Sus
biógrafos están de acuerdo en que fue entonces cuando Tití tomó el camino de la
leyenda. Nadando en libras esterlinas, adquirió una mansión a los pies del Pan
de Azúcar, a orillas de la ensenada donde descansan los veleros del placer de
los magnates. A esta residencia de sueño se llevó a vivir a la morena que lo
recogió en un portal de Río Grande do Sul. Llevóse también a un secretario que contestaba
las cartas de los inventores, sablistas y niñas casaderas; a un guardaespaldas
y al profesor encargado de alfabetizarlo.
Cuando
quiso comprar un automóvil, la fábrica se lo obsequió. Era el vendedor más
eficiente y mejor remunerado: recibía sumas increíbles por declarar: "Para
mí, cerveza Brahma". El cura de su parroquia le confió el cepillo en la
misa de moda: el cepillero de monóculo recogía el dinero en un canasto. De
igual modo se agotaban las entradas para el stríp-tease si anunciaban que Tití desabrocharía el portaligas
de Miss Pernambuco.
De
pronto, la sugestión colectiva comenzó a dar sus frutos de floresta tropical.
Un periodista, hasta entonces inofensivo, publicó lo siguiente: "Tití ha
entrado en los dominios de la armonía pura. Su actuación de anoche pudo haber
sido una sonata para piano y pelota".
Cierto
es también que había hecho filigranas y culminó marcando un gol con el trasero.
Pero
esto no era más que el comienzo. Todo el país oyó hablar del prodigio acaecido
en el barrio de Leblón. Un niño que se moría de enfermedad misteriosa balbuceó
en su delirio que quería ver a Tití. El enloquecido padre salio a la carrera y
una hora después Tití estaba
sentado al borde del lecho. El niño miró al dios humano con sus ojos vidriosos
de fiebre, y cuando éste tomó sus manos y le sonrió, el pequeño moribundo le
devolvió la sonrisa y le dijo:
- Recolhido, ¿harás otro gol con o traseiro?
- Por cierto que sí, y tú lo
verás, y el arbitro se tragará el pito de risa.
El
enfermito se durmió sonriendo, y tres días después jugaba en el jardín de su
casa...
A
raíz de este episodio conmovedor e inexplicable, un pubÍicitario visitó a Tití
para ofrecerle un millón de cruzeiros por acompañar a cierto político en su
gira por el estado. La entrevista tuvo lugar a la sombra del toldo de la
terraza, mirando hacia la bahía poblada de velas.
- ¿Y
para qué tengo que ir con el político?
-
Para atraerle gente. Es candidato a una elección de senador.
- ¿Y
qué tengo que hacer?
-
Nada; bastará con que anunciemos que usted va en la comitiva...
Esperó
al público en el muelle del ferryboat.
Iban a Niteroi, cuyos rascacielos se apiñan al otro lado de la rada de
Guanabara. Al entrar en el puerto, divisaron un lienzo de bienvenida con este
rótulo: RECOLHIDO. Llamó la atención de los pasajeros la enorme cantidad de
enfermos, ciegos y paralíticos en sillas de ruedas que esperaban en el embarcadero.
Trepándose
a la tribuna, el estadista exclamó:
-
¡Electores de Niteroi...!
-
¡Tití! ¡Tití! -gritó la multitud.
-
¡Amigos míos de Niteroi, leales amigos de vuestro leal candidato!
-
¡Tití, devuélveme la vista!
-
¡Tití, tú que sanas a los moribundos, cura a un paralítico!
Espantado
de lo que oía, el delantero retrocedió, y viendo cómo la gente empezaba a
rodearlo, emprendió la huida a lo largo del muelle.
-
¡Tití, haz que yo pueda volver a caminar! -gritaba un hombre que corría
persiguiéndolo.
Sin
hallar hacia dónde huir, el fugitivo se lanzó al mar y nadó hasta abordar un ferry que salía para Río. Su última
visión de Niteroi fue la del ex inválido que brincaba arrojando las muletas al
agua...
Esta
experiencia de pesadilla atacó los nervios del goleador. A llegar a casa
sufrió una crisis histérica y sus servidores tuvieron trabajo para calmarlo.
Pero
las cosas empeoraron por la noche cuando la radio informó que Tití había realizado
su segunda curación maravillosa.
-
¡No he curado a nadie! -gritó parándose de la mesa-. ¡Lo que falta es que se me
venga todo el mundo encima!
Dicho
y hecho. A las diez los fotógrafos y reporteros pechaban a la puerta de la mansión.
El aterrorizado futbolista pasó la noche sin pegar los ojos, y así lo
sorprendió la algarabía de los papagayos que anunciaban el amanecer en la
espesura del Pan de Azúcar.
Con
el desayuno le llevaron los diarios matutinos..., y ahí estaba la información
sensacional en primera plana. El bien informado redactor decía: "En el
curso de una visita a Petrópolis, nuestro cañonero accedió a ejercitar sus
dotes pasmosas curando a un polio-mielítico con sólo tocar sus rodillas. A raíz
de este milagro, centenares de infelices gestionaban anoche su traslado a Río
en busca de mejoría".
-
¡Milagros! -gritó Tití saltando fuera del lecho-. ¡Esto no puede ser!
Corrió
escaleras abajo llenando la casa con sus voces : ¡Pongan llave a las puertas!
¡Agripinha, baja las persianas! ¡ Napoleáo, llama a la policía!...
Dos
horas después la residencia estaba rodeada por un cordón de guardianes que
mantenían a raya a una turba
de curiosos. Abriéndose camino a bocinazos llegó Don Theophilo Peixoto de
Azevedo, el que entró por la puerta de servicio después de dar el santo y seña
convenido: "Ortem e Progresso!"
- ¡ Me tienen sitiado!
exclamó Tití al verlo precipitarse en el living. Necesito que me lleven a un
refugio secreto.
-
No será fácil, meu filho: hay
afuera una bandada de cacatúas de la prensa. Si te disfrazaras de no sé qué,
trataría de raptarte no sé
adónde.
Vistieron al crack con una falda, blusa y
pañolón de Agripinha, llenaron rápidamente una maleta y consiguieron escapar
despistando a los perseguidores.
Cuando
tuvo al fugado en su escondite, a cuarenta kilómetros de la ciudad, el señor
Peixoto de Azevedo comentó:
-
Ahora que estamos solos, ¿cómo haces eso?
- ¿Qué
cosa?
- Los
milagros...
- ¡Por
Cristo, yo no hago milagros!
- Pero
es que ya van dos...
-
¡Se mejoran solos!... ¡Esto es espantoso!
Estaban
en un bungalow en medio de esa selva caliente, más extensa que Europa, donde
proliferan mosquitos, serpientes, caníbales y rascacielos de Lecorbusier. El
cañonero disfrazado de mucama paseaba por la veranda como un tigre por su
jaula.
-
¿Y dónde estamos, a todo esto? — En la garconniére
de campo del Jefe de Policía. Socio de Botafogo, ejem.
-
Yo de aquí no me muevo hasta que me aseguren
que van a dejarme tranquilo.
- Tienes que volver
para el partido con los congoleños...
- Iré cuando me den
garantías; de lo contrario tendrán que buscar un sustituto.
- ¡ Un sustituto de
Tití! -rió Don Theophilo a grandes voces-. ¿Es que puede haber un nuevo Tití,
un nuevo Amazonas, un nuevo Mato Grosso?... Cálmate; te dejo por un par de
días; cuando vuelvas a Río no precisarás la pollera de Agripinha.
Fueron dos días
deliciosos tendido en la hamaca, bajo el mosquitero, contemplando el furor
vegetal de la jungla y asistiendo al carnaval nocturno de grillos y
luciérnagas.
En la ciudad habíase
desatado el sensacio-nalismo parlante e impreso. Pero la fuga de Recolhido hacía menos ruido que sus
curaciones portentosas. En el intento de apelar a la cordura del público, el
señor Peixoto de Azevedo organizó un foro en la TV ; y éste es su texto conservado en cinta
magnética:
animador.-Vamos a entrevistar
a personas capacitadas para arrojar luz sobre el caso Tití. He dicho
"arrojar luz", y por eso se ha iluminado este auditorio con
ampolletas de Westinghouse Brasileira
Sociedad Anónima. Tenemos aquí al niño Getulio Barroso, desahuciado y
vuelto a la vida. Tenemos al señor Juscelino Menezes, paralítico que ahora
baila el samba. Está también el célebre sicoanalista doctor Bastos; y nos
honramos en presentar al Asesor Eclesiástico, Monseñor Joáo Gomes.
Comenzaremos por nuestro amiguito Getulio. Ponte de pie, monín... Bueno, si
prefieres, quédate sentado. Dinos, crianza,
lo que recuerdas de cuando Tití fue a verte a tu lecho de enfermo.
getulio.-
No fue a verme. Yo soñé con Tití, pero no lo veía bien,
como si hubiera poca luz.
animador.-
Ah, vamos; no tendrían ampolletas Westinghouse.
getulio.-
Sí,
eran Westinghouse.
animador.-
Ejem, siendo de Westinghouse Brasileira tenían que ser
buenas.
getulio.-
No, no son buenas. Pestañean y se queman.
animador.-Bien,
ejem; prosigamos. ¿Qué puede decirnos el papá del simpático Getulio?
sr.
barroso.- Tití estuvo en casa. Yo fui a buscarlo. A
raíz de su visita empezó a bajar la fiebre. Supongo que mi hijo confunde a causa
del delirio.
doctor
bastos.- Así
es en efecto.
animador.-
Queda en claro que la presencia de Tití produjo la
mejoría... Veamos el otro caso, el de Juscelino Menezes.
getulio.-
¿Puedo
irme?
animador.-
Sí, sí, por favor. Cuéntenos, Juscelino, su curación en
Niteroi.
juscelino.-
No sé hablar...,
soy un pobre analfabeto.
animador.-
No se preocupe: la mitad de la población del país es analfabeta. Primero los estadios,
después los estudios. ¿Por qué fue a recibir a Tití?
juscelino.-
Porque decían que había resu-citado a un niño. Me puse
tan dichoso cuando lo vi, que salí corriendo, y él se asustó y se tiró al
agua.
animador.- ¿Él no lo tocó? ¿No le habló?
juscelino.-
¿No le estoy diciendo que apretó a correr?
animador.-
Entonces ha sido la fe la que obró el milagro...
juscelino.- Yo no profeso religión.
animador.- ¿No cree en Dios?
juscelino.-
No.
Soy del Noreste.
animador.-
Bien. Tenemos aquí un hombre que no admite los
milagros... Seguramente ustedes querrán saber qué opina al respecto Monseñor
Gomes. Monseñor, tenga la bondad.
getulio.-
¡Hola!
Volví. Fui al urinario.
animador.-
Monseñor: los telespectadores esperan conocer la
opinión eclesiástica sobre el caso de Juscelino Menezes, a quien una curación
calificada de milagrosa no ha bastado para moverlo a la fe.
monseñor
gomes.- ¿Quién la calificó de milagrosa?
animador.-Bueno...,
el pueblo, la gente...
monseñor gomes.- ¡Y
el animador de la televisión!... Bien: Si desea saberlo, mi opinión particular
es que estamos ante una persona dotada de excepcional cordura y buen juicio, y
esa persona es Juscelino Menezes. Este analfabeto, de cuya ignorancia somos
todos culpables, ha dado una lección a nuestros periodistas superficiales y a
nuestro público atacado de infantilismo. (Aplausos.) Juscelino permanece ateo
porque instintivamente sabe que no hubo milagro. Parece mentira que tenga yo
que explicar que su curación no reúne ni una sola de las condiciones del hecho
milagroso. Tití no es un santo, no tuvo relación mental con el enfermo, no lo
conocía, no le dirigió la palabra, no lo
tocó, no lo vio hasta después de estar curado... ¡La verdad es, queridos
hermanos, que Juscelino demuestra mayor discernimiento que muchos creyentes que
leen y que escriben! (Gritos de adhesión y ardorosos aplausos.)
sr. barroso.-¿Por
qué el paralítico tiró las muletas y corrió?
doctor bastos.- Se trata
de un fenómeno de sugestión o de
histeria, producido por el tremendo deseo de mejorarse y por la fanática
admiración que despierta el futbolista.
animador.- ¿Qué habría pasado
si Tití hubiera permanecido delante de los tullidos y sordomudos que había en
el muelle?
doctor bastos.- Probablemente
algunos de ellos habrían recobrado la salud; o tal vez no…
monseñor gomes.- Es
tranquilizador que estos hechos se reduzcan a sus justas proporciones.
Quisiéramos hacer desde aquí un llamado...
animador.-Agradezco a ustedes,
en nombre de ampolletas Westinghouse
Brasileira...
monseñor.-... un
llamado a la conciencia pública...
animador.-... y
ponemos fin a este reportaje de cinco minutos improrrogables auspiciados por
Westinghouse Brasileira Sociedad Anónima por Acciones...
De
esta manera las cosas fueron puestas en su lugar. Pero sucede que la mayoría no
ve televisión, y por otro lado, los enfermos no renunciaban a su anhelo de
mejoría. Al regresar Tití de la selva, encontró su casa como la había dejado:
cercada por los guardianes y rodeada de un piño de suplicantes. Al bajar del
automóvil, un mudo le gritó:
- ¡R-r-recolhido! Y la multitud aulló:
- ¡
¡Milagroooo!!...
A
partir de entonces la vida fue para Tití una prueba harto difícil de sobrellevar.
No pudiendo huir de nuevo, pues ya habían llegado los congoleños (tres aviones
con jugadores, corresponsales y místicos), se tuvo que resignar a recluirse en
su domicilio, del cual sólo salía para trasladarse al campo de entrenamiento.
Sus entradas y salidas daban lugar a tumultos comparables a los que se producían en las puertas del estadio.
Desesperado,
declaró en conferencia de prensa que jugaría por última vez para emigrar o
retirarse a un refugio inaccesible. Nadie le creyó, pero, ¡ay!, estaba próximo
el broche final de su brevísima carrera.
El
encuentro con los gigantes del Congo había despertado una expectación nunca vista.
Cien mil personas quedaron sin entrada, lo que hizo pensar en la necesidad de
construir un estadio aún más grande que el de Maracaná. Veinte mil
espectadores de galerías pasaron la jornada en sus asientos, bajo el sol
abrasador, y centenares se introdujeron con artimañas, con entradas falsas o a
puñetazos. Dos niños perecieron en el raudal humano y hubo decenas de casos de
insolación y centenares de robos de billeteras.
Un
helicóptero recogió a Tití del jardín de su casa (bloqueada por la muchedumbre)
y lo trasladó volando sobre la ciudad acribillada de luces, de parpadeos rojos
y verdes y de convoyes de faros que se perseguían a lo largo de las avenidas,
caracoleaban por los cerros y desaparecían y reaparecían por las bocas de los
túneles.
En
medio de esa vorágine
lumínica, el coliseo inmenso semejaba una caldera con la humareda de los
cigarros concentrada bajo los haces de los reflectores.
Flameaban
las banderas futbolizantes y relucía la malla de acero que protege la vida de
los arbitros. El helicóptero descendió con lentitud y se detuvo a unos metros
del suelo; y cuando Botafogo hacía su entrada a la cancha, a Maravilha do Mundo se descolgó con
agilidad por una escala de cuerdas. El gentío compacto se puso de pie,
batiendo palmas y voceando, a tiempo que racimos de globos y bandadas de
papagayos se largaban al aire por las escotillas de acceso. A la recepción
apoteósica siguió el aplauso tibio que saludó a los invictos del Congo,
gigantones de pies descomunales y camisetas rojas que obsequiaron banderines
pero no sonrisas...
Tarea
difícil resumir un partido que cierto diario de Río llamó Jutlandia do céspede.
Desde
las primeras evoluciones de las escuadras, se echó de ver la aviesa estrategia
de los cañoneros africanos. Bebé y Pipo rodaron lesionados, efecto de
colisiones intencionales, y aprovechando esta ventaja el enemigo batió dos
veces consecutivas el arco de Botafogo. Entretanto, un hombre vigilaba al peligroso
Tití, siguiéndolo de cerca sin quitarle de encima su mirada oblicua. Tan pronto
el crack arrancó con la pelota entre los pies, este sujeto y dos o tres dé sus
conmilitones lanzáronse a interceptarlo; y uno de ellos lo atropello con
propósito inequívoco. Tití rodó lejos, y de la violenta caída se levantó dando
señales de fuertes dolores. Dio unos pasos, tambaleante, y volvió a caer. La
concurrencia saltó de sus asientos -¡un cuarto de millón de almas!-y un clamor
indescriptible se elevó dentro de ese valle de cemento. Arrojaron botellas y
cocos sobre el infractor y sobre el árbitro argentino, que no atinó a censurar
la falta.
Con
tres de sus hombres arrastrándose por el campo, el disminuido Botafogo movía a
lástima en sus desesperados esfuerzos por no dejarse arrollar... Y así terminó
la primera etapa de la batalla: Congo 5 — Botafogo 0.
Durante
los angustiosos minutos del intervalo, expertos masajistas trabajaron con ardor
para ayudar a recuperarse al ídolo descalabrado, mientras el entrenador
enfurecido le daba a beber aguardiente con pólvora. El público guardaba
silencio, como si estuviese entregado a la oración; en el gabinete de
transmisiones un comentarista llamaba a los africanos "rinocerontes",
y al referí, "monigote".
Una
ovación hizo revivir al estadio cuando Recolhido
reapareció andando con ademán de resolución sombría. ¡Ahora verán!, parecía
decir con su boca apretada...
Sonó
el pito y fue como si se desatara una fuerza de la naturaleza. Tití se apoderó
de la pelota, corrió con sus zancadas de orangután, ayudado por la mirada de
quinientos mil ojos que parecían llevarlo en vilo, y desde veinte pasos
"hizo fuego" contra la valla enemiga. El goalkeeper no tuvo tiempo de pensar.
-
¡Gooooooooool!! -gritó el Brasil entero.
Uno
de los locutores radiales dio comienzo al alarido más largo que se ha
escuchado jamás. En el mismo instante, un cañonazo retumbó del lado de
Guanabara. Era la salva de un destructor, disparada en señal de júbilo
patriótico. Su estampido rebotó en la mole del Pan de Azúcar, en la Mesa del Emperador y en el
enhiesto Corcovado donde resplandecía el Redentor; y siguió multiplicándose en
el caos de islas y montañas, como si la flota nacional hubiese entrado en
acción. Cuando esos ecos se extinguieron, el alarido del locutor continuaba.
Parecía que duraría toda la noche. De pronto el artista puso los ojos blancos,
giró sobre sí mismo y cayó muerto como un héroe, sin soltar el micrófono.
A
partir de entonces la
Mariposa Azul de las Canchas revoloteó libando el néctar de
las ovaciones. Al minuto siguiente llegó otra vez ante el arco africano y desde
dos metros tiró un pelotazo homicida. El guardavallas atajó (por simple
casualidad), pero fue a dar al fondo de la red con las manos quebradas y la
pelota reventada. A los siete minutos, nueva patada horrísona a una nueva
pelota contra el nuevo arquero Moshomba. A los catorce minutos el marcador
señalaba el empate y el estadio se volvió un manicomio de gritos, brincos y
cosas lanzadas al aire.
Viendo
perfilarse la derrota, los congoleños repitieron la táctica del palitroque,
dejando a Pipo y Catete contusos. Una batahola de trompones y puntapiés fue la
consecuencia, y el arbitro no halló nada mejor que expulsar a dos de los
jugadores brasileños... Patriotas iracundos destruyeron secciones de la malla
salvavidas y un coco dio bote en la coronilla del señor Juan Carlos
Leguizamón.
En
el tiempo que tardaron Catete y Pipo en reponerse, los arteros africanos
batieron otras dos veces la valla de Botafogo. Tormentosas rechiflas
condenaron esta ventaja inmérita. Pero la Razón de Ser de las Hojas de Laurel iba ganando
en inspiración por momentos y sus divinas jugadas quitaron toda esperanza al,
congoleño. Coqueteaba sobre el césped como el lápiz del caricaturista sobre el
papel. La pelota era un colibrí entre sus pies cuando algún iluso intentaba
arrebatársela; era una pluma en la borrasca cuando corría con ella burlando interceptores;
y era una bala de cañón cuando la disparaba al arco.
Cosa
nunca vista: sus propios contrincantes se iban convirtiendo en espectadores.
Lo seguían con mirada hechizada, y uno de ellos aplaudió-todo el estadio fue testigo
cuando a raíz de una caída la
Campana de los Domingos marcó el décimo gol desde el suelo.
-¡¡¡Desde
el suelo, como lo oyen!!! -aulló el locutor que sustituía al que había fallecido-.
¡¡Cayó, retuvo al balón entre los botines, y con patada insospechada derrotó
al desprevenido Moshomba!! ¡¡Faltando siete minutos para finalizar el partido,
el hombre de Pelotas ha producido el gol más inaudito de la Historia !!...
Todo
lo anterior había quedado en la sombra; por eso aplaudió el africano Lolombo y
sus coterráneos mostraron los colmillos en muecas parecidas a sonrisas.
¿Qué
más podía verse esa noche? La muchedumbre afónica y sudorosa empezó a moverse
en demanda de los pasillos, y entonces apareció el helicóptero que venía a
recoger al Abanderado de la
Gloria. ¡A llevárselo por el aire, por su nuevo camino: el
cielo!
-
Descendí hasta unos noventa pies -dijo más tarde el piloto al declarar en el
sumario policial-, y me quedé observando el juego que estaba por terminar. Es
muy curioso visto desde arriba. Los jugadores parecen pigmeos aplastados contra
el suelo y la pelota es laque juega con los hombres... De repente el nº 10 de
Botafogo (todos saben que hablo de Tití) corrió a lo largo de la cancha, que
semejaba el tapete verde de una mesa de billar, llevando entre los pies la
bola blanca. Después de eludir a dos o tres individuos, la Luz de las Favelas se encontró
ante una compuerta de zagueros y medio zagueros a través de la cual no podía
filtrarse. Pero un poco aparte de este grupo, y cerca del pórtico africano, vio
al arbitro. Con la rapidez del relámpago calculó y pateó contra el señor
Leguizamón. El balón rozó matemáticamente el cuerpo del referí, y cambiando de
dirección entró en la valla como una pedrada. Era el primer gol conseguido en
el mundo utilizando al arbitrador. En ese instante terminó el match y se
produjo el tumulto. Mientras el estadio enloquecía, los congoleños corrieron a
rodear a la Recom pensa
de los Niños Buenos, como también le llamará la posteridad. El fabuloso jugador
pareció sucumbir entre los rojos uniformes de los gigantes. Divisé su camiseta
cuando entre varios se la arrancaban como una reliquia.
Coincidió
esto con el derrumbe de la malla de seguridad y la avalancha de místicos con
banderitas congoleñas que invadió el campo en medio del griterío selvático.
Nada más distinguí de esa escena incongruente hasta que acudió la policía...
¡La
policía! Demasiado tarde para advertir a Moshomba y sus piadosos paisanos que
lo que estaban haciendo no era costumbre en el país, salvo, naturalmente, en el
interior, en los misteriosos territorios de la Amazonia , donde todavía
practican las tribus el rito de devorar al enemigo ilustre para posesionarse de
sus virtudes de valor e inteligencia con el objeto de elevar el espíritu hacia
altas metas de perfección.
muy buen cuento me fascino *-* me gustaria conocer a tití JEJEJEJEJ :$ atte byron barrios
ResponderEliminar¿Se comieron a Tití????
ResponderEliminarAl fin!!!!! he estado años buscando este cuento.
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